Monumento a Chapí. ¿Dónde están los escudos?
Servidor nació donde se ubicaba la Imprenta del Paseo, originalmente La Industrial Papelera, hoy edificio PROISA. En esa vieja explanada di mis primeros pasos, aprendí a montar en bicicleta, corrí, jugué y rompí balones de cuero. Mi infancia, y buena parte de mi adolescencia, la he disfrutado y también sufrido en el Paseo Chapí. Desde los años sesenta he conocido todas sus transformaciones, penurias, soles y sombras. Subí y bajé miles de veces al monumento, pesqué en él, compartí emociones y también me zambullí involuntariamente.
No pretendo hacer una crónica de mi infancia pero sí aprovechar el prólogo para profundizar en la minucia en que se ha convertido el monumento a Ruperto Chapí. Se ha reformado tanto, mejor dicho, se le ha abandonado tanto que resulta casi insultante su contemplación. ¿Qué queda de su encanto original? ¿Por qué desaparece para la reconstrucción del Paseo y nos lo devuelven tan patético, sin una responsable y necesaria reparación? ¿Dónde se encuentran los escudos originales? ¿Por qué lo circundan con piedras redondas, blancas y playeras que no encajan ni con la historia ni con el lugar?
El monumento fue obra de Antonio Navarro Santafé, a quien tanto se honra desde instancias oficiales, que esculpió en él varios motivos de famosas zarzuelas del maestro villenense. La primera piedra fue colocada en 1946 por el entonces alcalde José Rocher Tallada, acompañado por el prestigioso escultor, y sería el seis de septiembre del año siguiente cuando Damián Requena Rentero pronunció el discurso inaugural, y dijo entre otras cosas: cuando en horas alegres o tristes pases ante la estatua de tu hijo predilecto levanta erguida tu frente, medita en la soledad de este bello paraje y admira las más preciadas virtudes humanas mientras escuchas, entre el rumor de esas fuentes y el susurro de esos árboles, el murmullo de un cántico a la civilización y al progreso.
De la fuente no queda nada, ni siquiera una barata bomba de agua que la impulse. Del susurro de los árboles mejor no hablar: ni hojas, ni sombras, ni vientos, ni pájaros. Del murmullo de un cántico a la civilización y al progreso poca cosa, sino es justo al revés, porque en vez de avanzar vamos para atrás: desidia, abandono, despreocupación. No existe ni un modesto departamento, ni simbólico presupuesto, para reparar o restaurar obras que ya son patrimonio villenense. De la estatua, sin agua, sin césped y sin sombras, poco que comentar; hasta los cuatro escudos que la franqueaban desde 1947, obra del maestro fundidor Santiago Reig Rivelles, han desaparecido por un nuevo y reiterado desliz municipal.
Cierto es que desde 1998 la réplica de la piedra, ahora en bronce, preside el vestíbulo del magnífico teatro y que el curso pasado se reconstruyó todo el céntrico parque, pero ¿dónde están aquellos viejos escudos? Y aún reconociendo que no son del neolítico eran los originales, tanto como sus alusiones a este pueblo que algunos babean tanto al pronunciarlo. ¿Qué tentación inconfesable permite apropiarse, o esconder, u ofrecer al olvido reliquias tan sentimentales? Desde el lugar en que se encuentren que salgan, quien los custodie que los devuelva y si es decisión municipal que se explique por qué no tienen cabida antes que las redondas y blancas piedras, o entre ellas.
La fuente de la rana de la Virgen sí tiene bomba de agua y registro de luz, y eso que no sabe el anfibio de música. La plaza de toros también merece todo tipo de prestaciones, aunque sus piedras sean igual de venerables. El monumento a Chapí, no. Ahí está, silencioso y sin cascada, descubierto y medio desatendido. Ni el músico Ruperto, ni el tallista Antonio, ni el desaparecido alcalde José, ni el fundidor Santiago, ni tampoco el pregonero Damián habrían vaticinado tanta dejadez, y tal vez hoy lloraran, pero de vergüenza.