Vida de perros

Moral, ética y la delgada línea roja

Han sido dos de los principales empresarios de la pornografía estadounidense quienes han pedido a su Gobierno ayudas para su sector. Se trata de los empresarios Joe Francis y Larry Flynt –el individuo al que hacía referencia aquel interesante film llamado El escándalo de Larry Flynt–. La pareja, a rebufo de la propuesta que el Gobierno de EE.UU. acordó para rescatar los sectores más importantes de su industria, ha solicitado al Congreso una ayuda de 5.000 millones de dólares para su sector.
Según los empresarios la venta y alquiler de vídeos pornográficos, el pasado año se ha reducido un 22% y tal eventualidad, pese a los 75 millones de personas que disfrutan de contenidos online cada mes, hace necesario un rescate estatal. Para Flynt el motivo de declive del negocio se debe a que la recesión actual ha actuado como “una ducha de agua fría nacional”, y por ello reivindica ayudas para su sector porque al igual –o por encima– del negocio del motor, es necesario para su país. En propias palabras del empresario: “Los estadounidenses pueden prescindir del automóvil, pero no del sexo”.

Declaraciones contundentes y razonadas que probablemente no inclinen a su favor la decisión de los congresistas. Y es que ni el sistema liberal está exento de ciertas influencias que nada tienen que ver con el puro ejercicio económico. Resulta obvio que a dos empresarios como Francis y Flynt no se les escapa cuál será la respuesta del Congreso. Y ahí es donde reside precisamente la brillantez de su jugada: crean con su movimiento una situación de desequilibrio que, aunque incapaz de tambalear el enorme buque, deja al descubierto alguno de los puntos débiles de su estructura; provoca reflexión acerca de las corrientes que empujan el navío.

Si nos detenemos en lo esencial del asunto nos encontramos con un planteamiento que supera esa delgada línea roja que separa el mundo material, el hecho comercial aquí, del mundo ideal (moral, espiritual, ético, ideológico). Un planteamiento que recuerda a una sociedad hartamente materialista que verdaderamente nos regimos por voluntades no materiales, voluntades que provienen de nuestra propia concepción del mundo, de la vida; por valores adquiridos, aprehendidos y/o dolorosamente madurados. Nuestra relación con la política es aunque lo olvidemos minoritariamente material. Es por tal motivo por el que reacciono tan mal cuando ante comunicados como los del tan inapropiadamente llamado “G8” de nuestra ciudad. Porque me molesta escuchar a estas personas comunicando en calidad de concejales junto a su versión de las circunstancias actuales su estado anímico personal. No niego que “lo estén pasando mal”, me parece que la confesión traspasa la línea roja: su estado personal no es materia de cambio en este mercado… ¿O sí? Mejor será pensar qué quiere cada cual poner sobre el tapete.

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