Ni fiesta ni nacional
También podría haberle dado el título de Toros, Mentiras y Cintas de Vídeo, o Volviendo a tener sólo quince visitas. Las banderas nacionalistas catalanas se muestran flácidas y ahora más es menos. Pero la prohibición de las corridas de toros se mantiene erguida y pendiente del Tribunal Constitucional sin que el Gobierno recortista esté haciendo ni por asomo lo que su homólogo francés, de modo que los toros siguen en vilo y sujetos al capricho de que los separatistas antiespañoles persistan en sus ataques. Como no pueden prohibir España y ni siquiera independizarse, la emprenden a golpes con lo primero que pillan de color rojo y gualda.
Resulta penoso porque no hay debate posible debido a que es una cuestión de sentimientos de determinados sectores políticos que lo esgrimen en la búsqueda de votos. ¿Creen que a los nacionalistas vascos o catalanes les importa un bledo la lidia de un toro, el tercio de varas o la suerte de banderillas? Menos que un bledo, pero eso no importa, porque contra su sentimiento antiespañol no se puede luchar y mucho menos debatir. Sin embargo, contra la manipulación y la ignorancia, sí hay combate.
La tauromaquia me apasiona tanto como me aburre el debate sobre la conveniencia o la inconveniencia de que haya toros, después de haberme desesperado previamente. El caso de Villena es el prototipo a escala reducida e insignificante. También aquí los bloques políticos que se valen de la tauromaquia para remarcar su antagonismo con la trascendencia de una gota en el océano.
Me gustan los toros y me gusta la lidia, como me gusta la literatura, la música y el buen vino, pero abomino del infame público beodo que profana al tendido, que huele a sobarda y termina la función como si estuviese en un carnaval, celebrando un espectáculo que le es tan ajeno como la ópera.
Me gusta la lidia, la tauromaquia reglada y ortodoxa, me gusta la lidia aunque las condiciones de las reses no permitan el toreo, porque la lidia en sí misma es interesante aunque no sea posible el lucimiento del artista. Me gusta la lidia pero nada tengo que ver con aquellos que definen a este espectáculo como la Fiesta Nacional, porque es una doble mentira.
Voy a los toros igual que voy al cine, al teatro o a un concierto, pero además voy buscando una verdad. Soy uno de esos aficionados que no puede evitar la contradicción de encontrar arte y también una parte bárbara, porque hallo en el coso la verdad sobre la vida y la muerte, porque exijo la presencia de un toro íntegro y de un torero capaz.
¿Por qué creen ustedes que llamamos diestros a los toreros? Porque no es cuestión de polaridad sino de destreza, cualidad cada vez menos apreciable en las plazas de toros. Si a esto le sumamos que la aparición de un toro bravo es más difícil que ser premiado con el Euromillón, el resultado es que cada tarde admiro la corrida pendiente de que suceda un milagro.