Ni se ruega ni se pregunta
Pocas explicaciones más hay que dar después del titular. Salvo que la presente semana el señor Carlos Beltrán, portavoz del grupo socialista, dejando a un lado su particular estilo, se permitió llamar cabezona (de terca, obstinada) a nuestra alcaldesa. Todo por la decisión que ella tomó hace meses sobre la hora de finalización de los Plenos Ordinarios. Las doce de la noche. La hora de la Cenicienta. Todo porque al cerrar los Plenos al compás de las doce campanadas de Santiago lo que verdaderamente se pierden son los turnos de Ruegos y Preguntas.
Señor Beltrán pensará la gestora de la ciudad, como usted bien sabe la cosa no está para preguntas
y mucho menos para ruegos. Recen ustedes pensará la señora Lledó como hizo su Presidente con Obama, que falta nos hace. Y preocúpense de la Crisis, que es lo que verdaderamente importa. La Crisis de Zapatero, en la que no han influido ni la desgarradora ambición del sector de la construcción, ni la política liberal del jovial y peinetero Aznar, ni las artimañas usureras de la banca. Señor Beltrán
pero qué ruegos ni qué preguntas
Pidan a mi Equipo de Gobierno que me eche si usted no tiene arrojos para impulsar una moción de censura
dirá ella.
El problema de la señora Lledó es sin embargo muy distinto del de nuestro Presidente. Porque su jugada al gobernar por la fuerza se ampara en las susceptibilidades que se han abierto tras los casos de otros ayuntamientos españoles. Su jugada se sustenta en el tierno nuevo pacto anti-transfuguismo. Por eso, con todas las cartas en la mesa, con conocimiento de que únicamente manteniendo su entereza, su firmeza, sabe que sólo sumida en la indiferencia que produce la ceguera y la sordera, podrá llegar al final de su mandato. El problema entonces ya no es suyo. El problema ahora es de Villena. Porque la postura de últimas consecuencias de su alcaldesa, el corazón que no ve llevado al extremo, pasa por eliminar incluso los Ruegos y Preguntas al final de los Plenos, la participación ciudadana.
Así villeneras y villeneros nos encontramos frente a un secuestro de la gestora de nuestra ciudad. Un estado de las cosas en el que se apuesta por el status quo. Para colmo, dada la incapacidad del ser humano para estarse quieto y dada la obligación que tienen las personas que nos representan de realizar su trabajo. En esa breve franja de movimiento que permite la situación, la ciudad se ve y se verá condenada a mirar como la pelota golpea contra la pared, en el mejor de los casos, o a sufrir los giros del guión de este culebrón donde los personajes suelen confundir el lugar y el o la interlocutor/a al que largar sus textos.