Ni una palabra de toros
Resulta frecuente que en las cadenas de televisión afectas al régimen se emitan programas aleccionadores y altamente didácticos. Gracias a esta nueva forma de entender la televisión, sin ir más lejos, hemos podido conocer las noticias de que a Franco le faltaba un testículo y que, a causa de esta monorquidia, su hija en realidad no era sino de su hermano Ramón. Si no fuera porque estos datos los expuso un payaso en el seno de un programa de humor negro, sería para pensar que en España la investigación tiene por fin un gran peso específico.
No sería de extrañar lo primero porque el militar aludido sufrió numerosas heridas durante las campañas de la guerra de África. Sin embargo, lo segundo me parece una infamia propia de los antifranquistas de pacotilla que en su momento no movieron un dedo por la libertad y que ahora no pierden ninguna ocasión para fustigar a alguien que carece de posibilidad de defensa.
No me extraña que Franco pudiera ser monorquido tras comprobar que también yo me temo que lo soy. En efecto, es muy posible que en mi escroto sólo exista un testículo ya que el otro se me cayó al escuchar a la titular del zapateril Ministerio de Igualdad afirmar que un feto humano de hasta trece semanas sólo se puede considerar como un ser vivo que carece de su condición de humano, lo cual tampoco está nada mal ya que en este caso será Greenpeace quien vele por su supervivencia.
Un asunto es la aprobación de la Ley, asunto finalizado, y otra distinta el adoctrinamiento. La retórica es absurda y sólo queda mostrar respeto ante las normas que se aprueban legalmente con rodillo, ante la libertad actuar con los embarazos como mejor nos parezca, y por encima de todo, ante el fondo real del problema que son las madres que de verdad necesitan ayuda para salir adelante con su prole.
Cada uno de nosotros somos lo que somos más el periodo de gestación, cada uno de nosotros tuvo derechos desde el mismo momento en que nuestra madre tuvo conocimiento del embarazo: por ejemplo, algo tan claro como el derecho de herencia, que no está limitado por la edad del feto. Hubo un momento en el que cada uno de nosotros estuvo trece semanas el útero de su madre y si la miembra Aído se hubiera tomado la molestia de visualizar la imagen en alta resolución de un feto de trece semanas, no se hubiera atrevido a pronunciar semejante sandez. Con esta edad, un feto es un renacuajo de poco más de un centímetro pero con un corazón que no le cabe en el pecho, lo que puede ratificar cualquiera que ha tenido la fortuna de ir al ginecólogo a escuchar sus primeros latidos. A lo mejor la Ministra se siente mejor pensando que un feto de menos de trece semanas es un brote verde o que pudiera ser considerado como humano si al menos hubiese aprobado la asignatura de Educación para la Ciudadanía.