Ni verdad, ni posverdad: datos
Acabo de agregar el término posverdad al diccionario de mi procesador de textos. Tengo la impresión de que los aparatos electrónicos actualizan todo automáticamente menos el diccionario. Y no saben que así alimentan la duda: al final no sabes si es correcto escribir posverdad, almóndiga o toballa sin hacer el ridículo. Pero bueno, parece que la posverdad forma parte del uso correcto de la lengua, que no de la ética. Aunque podemos decir que esta palabra que define una distorsión deliberada de la verdad ya está pasada de moda. La política y la tertulia es lo que tienen, que desgastan mucho.
Ahora hemos vuelto a los viejos tiempos: donde alguien dice sí, se contesta no, si dice hay, pues se dice que no hay, y si se dice financiación ilegal se contesta cualquier cosa: que no es eso exactamente o que eso es el pasado, o que como yo no lo sé pues no lo es. Y da igual si lo dice un señor por la calle, una periodista en la radio o una sentencia judicial. Sea como sea, no hay nada como contar con fieles que te crean a pies puntillas, solo basta con darles carnaza, no sea que se queden sin argumentos. Y si no, pues chalet, Cataluña o Venezuela, que aunque evidente y manido siempre cuela.
Desconozco, solo me faltaba eso queridas personas, si el resto del mundo se maneja igual. Pero aquí es el pan nuestro de cada día, ya saben. También en nuestra política municipal, que por algo estamos en España. Y así de tanto en tanto tenemos un intercambio de comunicados como el de estas semanas a raíz de la tramitación de las ayudas a la dependencia, un tema para no tomar a la ligera. La cuestión ha dado para un cruce de al menos cinco pronunciamientos entre el secretario general del PSOE local, Fulgencio Cerdán, y el concejal de Bienestar Social, Jesús Hernández.
Al final, del cruce de argumentos en los medios de comunicación, hay quienes como yo nos quedamos con un palmo de narices. Y como es natural nos preguntamos cómo es posible que el despliegue de datos entre ambos no sea capaz de resolver la cuestión. Porque los datos acreditan los argumentos, y así comprendemos dónde está la verdad. Pero parece que esto no es posible. Argumentos y contraargumentos no han conseguido mover a ninguna de las partes de sus posiciones, lo que deja en la calle el mal sabor de boca de los insultos y de la verdad enturbiada. Se emponzoña la realidad y pese a leer con atención los datos sentimos la inseguridad de la sombra de duda creada, cuando al final contar con los fríos datos ayudaría a sacar nuestras propias conclusiones. Aunque olvido que es más fácil jugar con la fidelidad ciega y con la corta memoria, que no solucionan nada pero sirven para mantener encendido el fuego.