No es lealtad, sino interés personal
Dicen que el tiempo lo cura todo. No es verdad. Cicatriza las heridas del cuerpo pero las del alma quedan abiertas. El tiempo cuando pasa produce amnesia, pero el reloj se detiene en algún instante y deja a cada cual en el sitio que le corresponde. Un empresario del sector de la electricidad, muy campechano él y cuyo nombre omito para que los curiosos hagan apuestas y acertijos y él no se sienta ofendido, escribió sendos artículos ascendiendo a la alcaldesa casi a los altares. La primera de ellas tras una cena de lealtad, compañerismo y apoyo a Celia Lledó; la segunda para ensalzar de nuevo a la citada desde la Plataforma en Defensa del Medio y el Entorno.
Cuando alguien manifiesta elogios de forma particular me parece loable, porque vivimos en una sociedad todavía democrática, aunque nunca se sabe. Sin embargo cuando la lealtad es recompensada en alguna adjudicación de alumbrado hay que levantar las orejas. Como no se ha hecho público me abstengo de confirmar nada pero existen notificaciones oficiosas, no oficiales, de que alumbrará una céntrica calle. Por supuesto que es lícito concursar y ganar, pero resulta sospechoso que obtenga adjudicación a posteriori de tan pública lealtad. Siempre hay tiempo de trabajar ocultos bajo otras firmas.
Una persona de exconfianza y asalariada como tal por el gobierno municipal, tras desfavorable veredicto judicial, se encuentra en paradero desconocido. La Diputación no puede confirmar ni desmentir si se encuentra entre la élite de recompensados con cargo de asesor. No obstante parece que dirige una empresa de sonorización que, el tiempo confirmará o no, podría insonorizar las aulas del Conservatorio y la cabina de sonido de la virtual Zona de Ocio Juvenil, anexa a la piscina. Las facturas correspondientes, llegado el caso, no las presentaría él, sino otra empresa local. Lo que sí es vox populi es que juzgó, decidió y sentenció en contra de la empresa Serra como subcontratada de la piscina cubierta.
El Fascismo y sus gobiernos títeres y periféricos reclutaban a sus incondicionales, luego señalaban a los dudosos, después precintaban sus negocios y más tarde los detenían para una limpieza genocida. La Nomenclatura Soviética ejercía igual: selección, acusación, deportación y olvido siberiano. Hoy en este país y en este pueblo se proscriben empresas por deslealtades, se premian las sumisas, cobran las amigas y se posponen las demás, que no hay prisa. Porque a veces las cartas de exaltación abren puertas y las críticas las cierran. ¿Insonorizará un pintor algunos proyectos municipales? ¿Alumbrará el campechano calles de Villena?
Tiempo les faltará ahora a los foristas del PP para asomar sus malas lenguas, sus insultantes y deficientes escrituras, para endemoniarme, excomulgarme y hacerme trizas en un monigote de trapo por si alguna magia vudú me hace presa y estrago. Pero les prevengo. Si confunden el destino de la ira no llegarán a ninguna parte. Si el columnista va a resultar la víctima lleven cuidado, porque quizás pretendan también un puestecico o una bendición papal. Y si no fuera yo será otro quien, llegado el momento, denuncie tanta farsa y zarandeo desde el poder. Porque el mensaje de estas líneas es claro: más que lealtad a una idea prevalece el egoísta interés.
Porque esta columna no va dirigida a los defensores fundamentalistas del PP, ni tan siquiera al minoritario equipo de gobierno; va encauzada a los lectores curiosos e inteligentes que sabrán discernir entre el concepto de lealtad y el provecho personal. Ideas y objetivos no son la misma cosa y en política deberían ser antagonistas, aunque en casos como los expuestos vayan de la mano. A mí la lealtad me parece un principio hermoso, noble y generoso. El interés personal por el contrario me resulta repugnante, vomitivo, indeseable y, por tanto, denunciable. Por eso mismo y por nada más firmé el concluido artículo.