No sólo el tabaco
La nueva ley sobre el tabaco está dando mucha tela que cortar a pesar que todavía faltan varios meses para que su aplicación sea definitiva en los establecimientos de hostelería. Desde el primer día ha sido palpable su incidencia en el ámbito de los lugares de trabajo y produce perplejidad, fuera de lo que afirmen las estadísticas, que la proporción de mujeres desesperadas por la adicción a los cigarrillos es abrumadoramente superior sobre los hombres. ¡Qué pena! A los once años di mi primera calada. Era lo normal en el recreo. Buscábamos un escondite e íbamos a buscar América. Por suerte o por desgracia no me gustó el tabaco y nunca más lo probé. Sin embargo, no es el tabaco el único vicio malo permitido por la ley. Supongo que a estas alturas la ministra de Sanidad y el ministro de Interior andarán con algún borrador para erradicar el botellón con toda su parafernalia, así como estudiando la posibilidad de prohibir los juegos de azar por culpa de los cuales muchos hombres y mujeres se echan a perder.
El tabaco es perjudicial para la salud, produce enfermedades cuyos tratamientos se sufragan con caudales públicos y afecta negativamente tanto a los fumadores como a los espectadores de las volutas. Eso es cierto y en virtud de lo cual se han establecido una serie de medidas, que a lo mejor se podrían haber evitado con tan solo un poco de moderación y de buena educación vial por parte de los activos. Un día me sucedió que tuve que tomar un Talgo in extremis con motivo de un puente y sólo quedaban asientos de coche de fumador. Eso mismo debió ocurrir a los otros viajeros y aceptamos el billete de fumador. Sin embargo sólo había un fumador que al percatarse de ello se levantó, nos dio una breve arenga y salió a fumar al pasillo. La ovación fue clamorosa y simpática, pues el individuo estaba en su derecho y optó por no molestar. Lamentablemente es más frecuente, y a lo mejor injusta, la imagen de otro tipo de fumador.
Análogamente, la práctica del botellón es igualmente nociva para la salud del bebedor, suele haber menores de por medio, afecta al tráfico y a su siniestralidad, a la limpieza de las calles y al descanso de los vecinos pasivos. Además también repercute económicamente sobre las arcas del Estado. A mi juicio también sobran motivos para su prohibición. De igual modo cuantifico la cantidad de personas que son adictas al cupón, a las loterías y similares. ¡Si tú sólo no puedes que te ayude El Niño! y otra gran cantidad de cuñas publicitarias que, lejos de fomentar la ilusión y el estímulo por el trabajo, inducen a personas, muchas veces necesitadas, a confiar su suerte a estas rifas que se convierten en su mayor esperanza. La afición a los juegos de azar puede generar una ludopatía cuyas consecuencias también son gravosas.
Alguien estará pensando en los puestos de trabajo que originan estas actividades: tiendas de bebidas, despachos de lotería, vendedores del cupón, distribuidores de tragaperras, etc. Y efectivamente, ese es un daño colateral no deseable que aparecería como va a suceder con el caso del tabaco, aunque el gobierno se las haya ingeniado para que la recaudación por impuestos que figura en los presupuestos para 2006 sea un 8% superior a la presupuestada el año pasado. ¡Son geniales!
Les aseguro que la candidez no es una de mis virtudes y no me cabe duda de que el marrón del botellón lo seguirán teniendo los ayuntamientos y que contra la ludopatía nos seguirán administrando la ilusión de todos los días.