Noches de Sing-Sing
Esta novela del useño Harry Stephen Keeler, editada en 1941, fue la primera que leí. No lo recuerdo exactamente, pero debía tener unos nueve o diez años y su lectura me entusiasmó. Pertenece al género negro típico de esos años y la edición que encontré por mi casa es una de esas con el lomo tapizado en tela de color verde botella con las letras incrustadas en dorado. Una joya. La historia trata de la dramática situación en que se encuentran tres condenados a muerte en el corredor de Sing-Sing. El alcaide decide indultar a uno de ellos y encomienda al guardián del turno de noche, el último turno antes de la ejecución, que sea él quien designe al afortunado. Para ello pide a cada uno que le cuente la historia más apasionante que se le ocurra, y la mejor de todas salvará de la muerte a su autor. Entre la lectura encontramos personajes que nos recuerdan a los interpretados en las películas por Bela Lugosi, Boris Karloff, Edward G. Robinson, James Gagney o Spencer Tracy. De tal modo que la trama principal se desdobla en tres relatos de intriga y bajos fondos, con un inesperado final que no voy a revelar pues les recomiendo que lean esta novela.
Pero no fue ésta mi primera aproximación a los libros. La verdad es que casi todos comenzamos por leer cuentos infantiles y Mix y su cascabel fue una buena inyección de moralina antes de que Sor Josefina me enseñase a leer. Era unos de estos cuentos troquelados, con la silueta de un gato y un sonoro cascabel atado al cuello con un lazo rojo. Algo parecido a Pinocho, cuando Mix hacía algo malo el cascabel dorado que su madre le regaló el día de su santo perdía su brillo y se volvía de color marrón. Gracias a la magia de Internet he podido recuperar este cuento que tan buenos recuerdos me trae. ¡Tantas veces me lo recitaba mi madre que lo aprendí de memoria!
En medio de Mix y Sing-Sing disfruté con la lectura de unos libros de Ediciones Ilustradas Salvat, que compaginaban dos páginas de cómic con dos de texto intercaladas: Robinsón Crusoe, Historia de dos ciudades, Quintín Durward, Oliver Twist, La flecha negra, Moby Dick, De los Apeninos a los Andes, Don Quijote de la Mancha, Las aventuras de Tom Sawyer, Sangre romañola, El príncipe y el mendigo, El Cid Campeador, Los tres mosqueteros, El Conde Montecristo, Miguel Strogoff, Ivanhoe, La isla del tesoro , hasta que un buen día encontré Pequeño Teatro, de Ana Mª Matute, premiado con el premio Planeta, y luego Las últimas banderas, de Ángel Mª de Lera, también premio Planeta, porque el Premio Planeta se lo regalaban a mi abuelo por Navidad. Siempre hay un libro cerca de un rato libre, aunque se diga que en España no se lee. Se compran menos libros de los que se leen, y si no acérquense a cualquiera de las bibliotecas públicas de Villena, que tienen un movimiento parecido al de un zoco en el que no se paga con dinero y donde se nos presta un servicio inmejorable. No hay excusa para no leer. Recuerdo ahora una viñeta, que no chiste, del inmortal Antonio Mingote, en la que se veía una caseta de la feria del libro, y en el mostrador se exhibía un soberbio ejemplar titulado ¿Por qué en España no se lee? La gracia estaba en que del lomo pendía una etiqueta con el precio: cinco mil pesetas de las de entonces.
Todo está en los libros, feliz día del libro.