Apaga y vámonos

¿Nuclear? Sí, gracias

Ahora que se cumplen 20 años de la tragedia de Chernobyl y ha comenzado la cuenta atrás para el cierre de la central de Zorita se ha reabierto con intensidad un debate sobre la energía nuclear que recuerda al famoso “¿Nuclear? No, gracias” de la Transición, momento histórico en el que los ahora mandamases de la Patria creían que el mundo evolucionaba a base de porros, litronas y simpáticas pegatinas en la carrocería del Dos Caballos.
El debate, claro está, no es gratuito, sino que se reactiva inevitablemente con cada crisis del petróleo, cuyo precio anda estos días por sus máximos históricos. Por ello, voces razonables como las del Comisario europeo Joaquín Almunia e incluso uno de los fundadores de Greenpeace, Patrick Moore, se arrepienten de muchos de los disparates que dijeron en su día. El propio Moore ha afirmado lo siguiente: “Cuando ayudé a fundar Greenpeac, creía que la energía nuclear era sinónimo de holocausto nuclear. Treinta años después, mis puntos de vista han cambiado (…) ya que la energía nuclear debería ser exactamente el recurso energético que puede salvar nuestro planeta de otro posible desastre: el catastrófico cambio climático. La energía nuclear es la única energía de gran escala con buena relación coste-efectividad que puede reducir esas emisiones (de CO2) mientras sigue satisfaciendo una demanda creciente de energía. Y, a día de hoy, lo puede hacer de forma segura”.

Renunciar a la energía nuclear es una opción totalmente legítima, pero convendría meditarla bien y además ser coherentes y prácticos, ya que corremos el riesgo de convertirnos en los tontos de la película. Tony Blair, por ejemplo, ya ha anunciado que el Reino Unido tendrá muy presente la energía nuclear en los próximos años. Y Francia, donde el 78% de la electricidad proviene de plantas nucleares, planea la construcción de una gigantesca central atómica para exportar energía a otros países, entre ellos España, cuyo territorio nacional se encuentra, en muchos casos, más cerca de las centrales francesas que Paris. Además, resulta evidente que quienes claman contra las centrales nucleares no están dispuestos a renunciar a las comodidades de un desarrollo basado en el consumo masivo de energía eléctrica. Porque para poder decir “No, gracias” es imprescindible decir “Sí, gracias” a otras fuentes de energía que garanticen el desarrollo económico, siendo totalmente insuficientes por ahora las llamadas energías “alternativas”. Valga el dato: la energía eólica penas cubre el 20% de la demanda española cuando sopla como Dios manda, volviéndose casi inútil en las puntas de calor, ya que entonces el viento no mueve ni una hoja en este secarral llamado España.

Por ello, y por evitar chantajes geoestratégicos con el suministro de gas de por medio a cargo de los países del Magreb o elementos como Vladimir Putin, es una gran irresponsabilidad rechazar la energía nuclear y la convencional (véase la central de ciclo combinado de Benejama, sin ir más lejos) poniendo todos los obstáculos posibles a las compañías energéticas sin ofrecer más alternativa que una palabrería bienintencionada pero inútil habida cuenta de cómo funciona el mundo, lo que ha llevado a Ignacio Camacho a afirmar en ABC que, de haber vivido a principios del XIX, estas personas se habrían dedicado a apedrear los ferrocarriles o a quemar las primeras fábricas que instalaron máquinas de tejer.

En cualquier caso, el debate es mucho más complejo de lo que este espacio y este autor pueden aportar, aunque tengo para mí un argumento irrefutable y nadie me va a hacer bajar de la burra: El líder de Izquierda Hundida, Gaspar Llamazares, se ha mostrado totalmente en contra del uso de la energía nuclear en España. ¿Necesitan alguna evidencia más para estar a favor?

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