Nuestra piel de pollo
Hay ocasiones en que observamos la mediocre lidia de un toro manso y con peligro en manos de un matador poco avezado y enseguida pensamos en que la faena hubiera sido mucho mejor en caso de que ese mismo toro hubiese caído en manos de un torero con más oficio. Podría enumerarles algunos casos prácticos, pero en vez de ello, y con el ánimo de explicarme mejor, voy a proponer a un sencillo juego a mis queridos lectores de papel.
No se asusten porque no les voy a retar a que encuentren las siete diferencias entre el rostro que tenía Letizia cuando conoció al Borbón y su actual semblante, ni tampoco tendrán que averiguar por qué los jugadores del Real Madrid carecen de vergüenza y de ningún modo les preguntaré si serían capaces de atinar con un tomate maduro en la ceja de ZP.
Vamos a jugar a que vamos al mercado, a nuestro puesto de confianza, a comprar lo que necesitemos en casa y los dos muslos de un mismo pollo. Al llegar a casa pondremos al fuego una cazuela con agua y sal, meteremos dentro uno de los muslos, esperaremos al punto de ebullición, ¡chup, chup, chup!, coceremos el pollo durante diez minutos y por último lo sacaremos para que se enfríe. Emplatamos el muslo, desprendemos la piel y nos la metemos en la boca. Me parece que todos estaremos de acuerdo en que pocas veces habremos comido nada más asqueroso.
Bien, sigamos jugando a las cocinitas. Ahora tomaremos el otro muslo y con un buen cuchillo le practicamos unos cortes a la altura de las articulaciones, recortamos los colgajos superfluos de pellejo y lo colocamos sobre una placa del horno; lo regamos con medio vaso de vino blanco, salpimentamos y por encima lo espolvoreamos con una mezcla de romero y tomillo debidamente triturado y tamizado. Lo vamos asando en el horno a fuego medio durante una hora, cuidando bien del asado y periódicamente dando la vuelta a la pieza para rociarla con su propio jugo hasta que el muslo esté tierno y bien hecho por dentro y crujiente por fuera.
Esta forma de preparar un simple muslo de pollo de criadero, normal y corriente, requiere mucho más trabajo, tiempo y dedicación que el cocido del primer caso. Sin embargo, cuando ahora comamos la piel de este pollo nos parecerá tan rica como el mejor de los manjares, roeremos los huesecillos, rebañaremos la salsa con pan y nos chuparemos los dedos cuando nadie esté mirando.
Un mismo pollo con opuestos resultados, un mismo toro con lidias diferentes, una misma e internacional crisis con diversas suertes según quien sea el chef. Lamentablemente en España nuestro cocinero está demostrando que no se merece ni la categoría de pinche, con todos mis respetos para los verdaderos componentes de este gremio.
Otro día, si les parece, hablaremos de la piel y de la cara de Letizia, con zeta, que cada día parece más joven, posiblemente por efecto de los Presupuestos Generales del Estado.