Nunca llegarás a nada
Algunos biógrafos de Albert Einstein cuentan que un día su profesor de Griego le dijo: "Nunca llegarás a nada". El tiempo le quitó la razón al docente porque Einstein, como sabemos, llegó a mucho. Llegó a la fama. La anécdota nos recuerda las ocasiones en las que como ese profesor, directa o indirectamente, hayamos podido infravalorar, instados por la desesperación de algún incordio continuado o por algún rendimiento escolar bajo, el futuro de algunos alumnos al pronosticarles un insignificante destino que afortunadamente no se cumple.
Son frases que también decimos los padres "Nunca llegarás a nada"... "Por ese camino no tienes nada que hacer"... "No sé qué va a ser de ti"... "Lo vas a tener crudo. Crudo y duro"... que se nos pueden escapar en la desesperanza de ver cómo el tiempo pasa sobre algunos jóvenes o hijos, que no aprovechándolo se les escapa. Pero el tiempo pasa y en ocasiones ¡Ojalá siempre fuera así! los malos augurios que decimos, a veces con rabia, siempre con dolor, no se cumplen. Y nuestros jóvenes, madurando, triunfan. Y les va muy bien en la vida. Y nos alegramos. ¡Claro que nos alegramos!
Entre los alumnos a los que les ha ido bien, a pesar de que por sus actitudes no despertaban grandes expectativas, están los que, triunfando, se acercan algún día y te agradecen que en el pasado, en un momento u otro, les pusieras las peras al cuarto. Y que les reprocharas su perezosa actitud. Porque aquellos rapapolvos de entonces los ven siempre como espoleta para su amor propio. Y algún día dijeron "hasta aquí hemos llegado" y "ya está bien de hacer el gilí y de perder el tiempo" y "ya está bien de tomarle el pelo a mis padres diciéndoles por enésima vez que me voy a poner las pilas sin ponérmelas"... Así, te dan las gracias por haberles tocado la moral. Demostrando con creces su crecimiento.
Otros sin embargo, también triunfadores, se acercan como para burlarse. Para regodeándose en su éxito, que ellos sólo ven manifiesto en el coche que les lleva y en los dineros que te dicen que tienen y ganan y en las formas de vestir y en lo que dicen que han hecho, les tengas envidia y te humilles. Y sólo los ves más grandes en estupidez. Y no te humillas ni tienes envidia porque ni te sientes avasallado ni eres pretencioso. Al contrario de la envidia, que dicen que duele mucho, al cabo te alegras por verlos felices. Y tampoco es indiferencia porque contento les dices "quién te ha visto y quién te ve" y que "cuánto me alegro de que te vayan bien las cosas". Pero les preguntas por su vida interesándote por su felicidad. Pero ellos, erre que erre, no paran de restregarte cosas. Sólo cosas. Como por ejemplo el coche. Y les llama la atención de que tú tengas el mismo coche de entonces y te preguntan que por qué tienes el mismo coche cuando ellos llevan lo último en coches. Pero tú, que no te importan tanto las cosas, no les hablas de tu coche, nuevo o viejo. Les hablas de tus hijas y de que estás haciendo deporte. Y de que este año estuviste de vacaciones en un lugar tranquilo que te gustó mucho. Y que te gustaría tener un poco más de tiempo para viajar más. Y tiempo para estar con tus amigos. Pero esto no les importa.
Es entonces cuando entristecido piensas que éstos, definitivamente, dándonos la razón, aun triunfando mucho, teniendo todo lo que tienen, ciertamente no han llegado a nada. Ni en coche.