Obrar bien, obrar mal
Hemos decidido realizar algunos cambios en la casa. Poca cosa. Escayola en alguna habitación, poner nuevos enchufes, sustituir la pintura de las paredes. Ya saben, queridas personas, de qué se habla cuando se habla de reformas en el hogar. Yo intento que todo el proceso parezca natural desde el principio. No tomar el asunto al estilo de sombras desconocidas que se adentran en tu territorio. Lo que para uno mismo es un hecho extraordinario, para los profesionales de cada rama no es más que rutina diaria. Entran en la casa y de pronto
nace un nuevo universo de convivencia. Recuerdo que al principio fui yo quien se levantaba para abrir la puerta para que entraran a trabajar. Pero poco después dejamos una llave a cada grupo para que tuvieran libertad para entrar y salir según sus necesidades.
Desde el principio resultó extraño dar los buenos días a un desconocido al salir de la habitación para ir al baño. Todo resulta exótico cuando algo irrumpe tan perceptiblemente en la rutina íntima. Ahora el piso es distinto cada día. Distinto lo que encuentras cada noche al regresar a casa. Ahora es imposible dejar cada cosa en su sitio. Incluso los muebles van cambiando de lugar. Imposible pensar que conseguirás mantener algún espacio limpio durante demasiado tiempo. Queda la esperanza de que un día se marcharán: cuando acaben el trabajo, cuando se acabe el dinero. Recuerdo aquella serie de televisión en la que Kirstie Alley terminaba encariñándose con el pintor que durante meses estuvo trabajando en su apartamento. Síndrome de Estocolmo.
Ahora mi hogar también se parece a Villena. A veces no descubro diferencias entre la calle y mi domicilio. En los dos lugares me tropiezo con situaciones incómodas. La suciedad, el polvo, ese halo que brota de los adoquines al cortarlos con la moladora recuerdo salir de casa recién duchado, con el pelo todavía húmedo, y de pronto ser abducido por una de esas nubes. El esfuerzo consiste en recordarse a uno mismo que todo se hace para mejorar, mejor estética, quizás mayor funcionalidad. El esfuerzo se realiza cuando pese a pensar que la situación ya nunca cambiará, se consigue creer en un día final. Me digo que es un esfuerzo necesario, una energía bien focalizada.
Me resulta más sencillo entender el trasiego cuando se trata de mi vivienda: lo hemos decidido así, en primera persona. Es más complicado asumirlo cuando ocurre en la ciudad. Debe ser un problema de magnitud, tal vez, entender el porqué una calle debe estar en obras para instalar los conductos del gas natural y dos meses después deben volver a cortar el asfalto de la misma calle para instalar la televisión por cable, y tiempo después
¿por qué motivo han levantado otra vez ahora las aceras de Navarro Santafé y alrededores? Algún motivo habrá. La Concejalía tendrá constancia de cuántas obras están autorizadas para ocupar aceras y aparcamientos y cuántas de ellas pueden cortar las calles cuando lo necesiten. Nosotros, ignorantes, estamos condenados a vivir situaciones como aquella que sufrí hace semanas en mis carnes: detenido en el coche a la altura de la rotonda del Polígono del Rubial, maldecía equivocado las entrometidas vías, pero tras recorrer a cámara lenta los minutos que llevan desde la una y media hasta las dos de la tarde me encontré con que sorpresivamente el atasco se debía a un corte que una constructora había realizado en la calle Gil Osorio. Un corte que no pudo hacerse a otra hora presumiblemente por razones de fuerza mayor, no vayan a pensar que fue porque a nadie pensó en las consecuencias, que nadie tuvo en cuenta la vida de los demás.