Apaga y vámonos

Orgulloso de ellos

De repente, sonaron las siete Trompetas del Juicio y el suelo se resquebrajó mientras el negro cielo se abría y dejaba paso franco a los destellos de un sol milenario y majestuoso que con sus cálidos rayos acarició la blanca fachada de la Casa. Era una fría noche del octubre mesetario, pero la luz nívea obró el milagro y todos fuimos felices durante unos minutos que en realidad nos parecieron años, siglos, reencarnaciones…
Una a una las Lenguas de Fuego se situaron oscilantes sobre los veintiún elegidos y con una fuerza mítica y sobrenatural obraron en ellos y ellas el Prodigio del Verbo. Así, quien antes había insultado desplegó la mejor de sus sonrisas mientras exhalaba pétalos de rosa por su boca; quien antes había pecado contra el Octavo Mandamiento renació cual Ave Fénix de sus cenizas y llamó a la cosas por su nombre; quien nunca antes dijo nada siguió sin decirlo, pero aún así su rostro dejó entrever que el Espíritu había habitado en él (o ella) y que estaba Bendecido por la Gracia…

Como un solo hombre, todos a una reinventaron la camaradería, desprendiendo un halo de empatía y sensibilidad jamás antes conocido en Villena. Entonces, hablaron. Fueron capaces de dialogar como nunca antes lo habían sido. Discutieron, compartieron pareceres, hubo guiños, asentimientos, reflexión, comprensión de las razones del otro, bonhomía a espuertas, una verdadera explosión de coherencia y sensatez… componiendo así un Glorioso Retrato que debe pasar a los Anales de la Historia para que los villeneros del futuro, desconocedores de la grandeza de sus ancestros, sean capaces de interpretar en museos, monolitos, arcos del triunfo y demás manifestaciones públicas de agradecimiento el Milagro del Consenso.

Para qué perder el tiempo en naderías como la problemática de las vías a su paso por Villena, el trasvase Júcar-Vinalopó y la sobreexplotación de nuestros acuíferos, la crisis de la industria manufacturera, la inseguridad ciudadana, la falta de alternativas de ocio para jóvenes y mayores… Nuestros veintiún elegidos echaron el resto donde había que echarlo, como no podía ser de otro modo. Defendiendo con uñas y dientes la mayor de nuestras preocupaciones colectivas, y demostrando, loados sean por siempre, que cuando toca arrimar el hombro e imponer la cordura aquí no hay intereses partidistas que valgan, sino una unidad de criterio y acción que a muchos nos puso los pelos de punta y nos hizo saltar las lágrimas a borbotones de la emoción.

Gobierno y oposición, PSOE y PP, nos hicieron el mayor regalo que los ciudadanos podemos recibir: el de su unión, necesaria como nunca para gritar a los cuatro vientos que nuestras Fiestas de Moros y Cristianos –que sitúan “entre las manifestaciones de mayor riqueza de la cultura popular europea y mundial” (sic)– merecen ser Patrimonio de la Humanidad, de la Galaxia, del Universo, del Limbo, del Cielo y de la Cuarta Dimensión, a falta de todas aquellas que se puedan descubrir física cuántica mediante.

Casi orgásmico mientras asistía a tan gratificante espectáculo, poseído también yo por la Lengua de Fuego, el Prodigio del Verbo, el Don de la Gratitud y el Sursum Corda, no puedo más que ofrendarles el mayor de mis reconocimientos y admitir públicamente aquí y ahora que a punto estuve de interrumpir el último Pleno municipal a voz en grito, levantando las manos al cielo y gritando cual poseso pletórico de fuerza esa Letanía Maravillosa, ese Mantra Cósmico que dice: “¡Viva la Morenica, viva Villena y viva España!”. Y que viva también la madre que nos parió, qué coño.

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