Estación de Cercanías

Panteonables

No busquen esta palabra en el diccionario, no existe. Panteonable es una palabreja que algunos de los que somos parte de EPdV utilizamos ocasionalmente, casi siempre durante las interminables sobremesas que suceden a nuestras comidas, para bromear inocentemente sobre los posibles candidatos a ocupar alguno de los 28 nichos restantes en nuestro Panteón de Hijos Ilustres.
Pero curiosamente, a pesar de las diferencias habidas entre nosotros en cuanto a edades, ideologías o procedencias, y por supuesto sin desmerecer ni un ápice las trayectorias de trabajo impecables, lúcidas e incansables, y siendo completamente respetuosos con las importantes aportaciones que a la historia local, a la música o la arqueología nos han dejado y que les han valido a López, Chapí, Soler y Rojas el título de Hijo Predilecto de Villena y un nicho, encontramos quórum total en cuanto a lo controvertido de este mausoleo por aquello de la difícil disyuntiva que supone designar quiénes y por qué deberían descansar en él.

Por eso, cuando proponemos posibles candidaturas topamos con la dificultad de establecer qué valores y condicionantes deben primar o pueden ser determinantes a la hora de recibir el título, pero como partimos del convencimiento de que esta distinción solamente aporta pompa y ornamento en la muerte se nos acaban los argumentos con rapidez. Así pues, con esta idea rondando mi cabeza, fui el pasado domingo al cementerio para arreglar la tumba de mi padre, e intenté encontrar en el lugar de los hechos si realmente estamos en lo cierto, y tras echar mano de la descripción que la RAE hace de lo ilustre y descartando otras acepciones, sólo me quedaba la celebridad del nombrado y de nuevo la duda sobre qué nos hace célebres, porque según nuestro diccionario, la fama, la excelencia en la especie o la singularidad del individuo lo acreditan, pero no distingue en cuanto a la procedencia de la singularidad donde haya desarrollado esa excelencia. Y me bastó con dar un pequeño paseo por el Camposanto y detenerme un poco a mirar para comprobar que son muchos los llamados y pocos los elegidos: poco tuve que buscar para encontrar hombres y mujeres que, desde la incultura de otros tiempos o la humilde procedencia de sus familias, han sido festeros especiales, personajes populares o simplemente magníficas personas, tan dignas para mí de esta terna si nos ceñimos a lo arriba dicho.

Ya fuera de estrictas semánticas, esta investigación tuvo su precio, amarga cuenta que me pasó la realidad del cementerio, la realidad de la vida. Y la respuesta que buscaba me llegó nítida, sujeta a un claroscuro que desnudó ante mí una la realidad que siempre está ahí para devolvernos a lo autentico, y esta toma de tierra me llegó en forma de palabras que alguien dirigía a una princesa de apenas 5 años que seguro dejó con su marcha una pena sin antídoto que considero la peor de todas. Y ahí, entre tanto dolor, enfrentada a la injusticia de ésta y tantas otras ausencia inapropiadas, emergieron las palabras “somos felices por comparación” –que mi compañero Andre citó durante la última comida–, irrumpieron con toda la fuerza que la razón absoluta concede y me confortaron ante la comparación de cualquier sufrir con lo que estaba viendo. Y ahora, compañeros, sé que estamos en lo cierto al preferir la muerte sin adornos, las honras en vida, los caminos rectos que guíen las grandes e importantes cosas de nuestros días, porque una vez entregados a la parca ya no queda nada, tan solo la huella que dejemos en los nuestros, el recuerdo que seamos capaces de construir o la obra que hayamos sido capaces de cimentar para que pueda ser terminada.

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