Papá, mamá, os voy a castigar
Sobrepasan alarmantemente los cuatrocientos casos anuales de agresiones de hijos a padres en nuestra provincia, según la Fiscalía de Menores. Antes eran casos aislados, tan pocos que merecían portadas en los periódicos. Ahora, cada vez más, nos inmunizamos contra las malas noticias y son tantas que sólo sirven para los estudios estadísticos. Lo que es cierto es que se ha perdido la autoridad en escuelas y familias y es un mal síntoma de que las cosas no marchan bien.
Hay una o dos generaciones de padres perdidas, donde las escaseces de sus progenitores son tema tabú y pretenden, para compensar, que a sus hijos no les falte de nada; ni lo básico ni lo caprichoso, y es aquí donde radica la trampa. Lo elemental es lo más necesario, como la alimentación, la ropa, el calzado, un entorno apropiado y sobre todo cariño, mucho amor. Pero a veces el cariño y el amor sin condiciones encuentran un aliado peligroso, y no es otra cosa que el chantaje emocional de quienes reciben tan generosa afectividad. Saben por tanto los hijos que nada más abrir la boca lo tienen todo concedido.
Se establece así un tira y afloja, estableciendo una frontera peligrosa entre cubrir las necesidades básicas por parte de los padres y demandar caprichos por parte de los hijos. Está claro que la petición de favores especiales debería ser un acontecimiento puntual, pero muchas veces la reclamación de pequeños lujos se hace crónica y las formas reivindicativas empleadas van desde el pataleo al llanto sin lágrimas o la amenaza de fugarse, suicidarse o levantar la mano a quienes tanto le quieren. Si estas conductas no se detienen a tiempo los sufridores padres estarán creando un monstruito, un niño o niña mimada que ganarán las partidas en cada situación de conflicto entre la exigencia de los pequeños y la duda de los mayores.
Hoy es normal que un adolescente consiga su moto, su paga, su móvil o su juguete informático preferido sin ningún merecimiento. Incluso cuanto peores notas obtenga mejor premio recibe, asunto éste ilógico y desesperanzador. Con la cantinela de que hay que ponerse al día y que los amigos ya tienen esto o lo otro, la ropa de marca actualizada o la última pijería de moda, están avisando de que ellos, lo merezcan o no, tienen que ser lo más guay y no deben desentonar. Si se les dice que no, porque han sacado malas notas, porque no se portan bien, porque no aceptan normas y rompen los acuerdos, entonces el niñato les sacará los colores, dirán qué malos padres tiene y qué poco les quieren; los ingredientes perfectos para cundir dudas, originar un sentimiento de culpabilidad, volverse la discusión contra ellos e incluso pedirles, a los menores chantajista, perdón.
En demasiadas ocasiones los maltratadores adolescentes son ninis, que ni estudian ni trabajan porque no les sale de los huevos y porque la obligación paterna es mantenerlos de por vida. No se lavarán los dientes con dentífrico, pero necesitan pasta en el bolsillo para el consumo que prefieran: papelinas, alcohol, tabaco y cualquier tentación que asome. A la menor negación torcerán el morro, enseñarán las uñas y amenazarán con ponerlo todo patas arriba. Cuentan estos personajillos con la obligación paterna de su amparo, con que no les pueden poner las manos encima porque se saben las leyes y al papi se le puede caer el pelo, con la amenaza judicial de que no los cuidan lo suficiente y que el egoísmo parental les ha abandonado.
Demasiadas losas para padres inexpertos. Más cuando se habrían ahorrado pesadillas, siendo los descendientes pequeños, si hubieran utilizado un No rotundo y a tiempo. Premios merecidos sí, vitalicios nunca. Por no actuar a tiempo, unos a centros de menores y otros con órdenes de alejamiento.