Papá quiero ser artista
Las mejores alegrías de la vida llegan de la mano de los hijos. Los míos son la felicidad por los cuatro costados desde que nacieron y aunque algunas veces me han desvelado y lo que te rondaré, morena, la descompensación de la báscula es infinita.
Mi hijo me regaló un esbozo de sonrisa apenas unos minutos después de haber llegado a este mundo maravilloso y desde entonces no ha dejado de estar pendiente de mí, intentando siempre hacerme la vida más gentil en estos diez años. Un abrazo en el momento clave, una escapada al monte a medias, una buena tarde de toros alejados del mundanal ruido, un plato de nachos con guacamole al alimón o un te quiero tan sólo un pelín antes de que todo se vaya al traste, hasta el punto que la última vez que me quedé sin trabajo fue él quien me sacó a flote pronunciado una sentida arenga.
Es zurdo, está enamorado, despliega una selección de la mejor timidez y lleva rondando por su cabeza la idea de ingresar en la Escuela Taurina, aunque tendrá que resignarse a ver los toros desde la barrera. Tan pronto como comenzó a dar sus primeros pasos se inició en la técnica de pintura al fresco en el pasillo de casa y durante su primer año en los Salesianos ganó el premio de dibujo en la Fiesta de Don Bosco gracias a su peculiar estilo que resulta difícil de encasillar.
Mi hija nació cuatro años después tras consumir todos los recursos del vientre de su madre y apareció con sobredosis de vitalidad. Su vena artística canaliza un caudal de sangre que ya hubiera querido para mí y es una apasionada del dibujo, de la lectura y del baile, alumna del Conservatorio donde se está iniciando en las modalidades de Ballet Clásico y Danza Española. En la gala que esta institución celebró el viernes pasado mi hija nos hizo dos regalos, uno cuando salió a recoger un premio como ganadora en el Concurso de Dibujo y otro cuando participó en las corografías del chotis y del pasodoble. Mi ignorancia musical sumada a mi falta de sensibilidad para según qué cosas, impiden que vea nada en el Ballet pero la Danza es un espectáculo que me conmueve y hasta mi frialdad se convirtió en la emoción más intensa que he sentido en toda mi vida cuando vi aparecer en el escenario a mi pequeña con el mantón de Manila sobre sus tacones de baile.
Está en el primer curso y cuando comenzaron los ensayos se desanimó hasta el punto de querer abandonar la misión. Afortunadamente recapacitó en cuestión de minutos, recobró el brío y participó de todas las actividades que con tanto esfuerzo y cariño fueron preparando sus profesoras, lo que le ha valido para comprobar por vez primera en su prometedora vida que ahuecar el ala puede proporcionar un alivio momentáneo y frívolo, pero que la verdadera recompensa está en el trabajo.
Y mejor si se hace con una sonrisa.