De recuerdos y lunas

Pasaba por allí

Pasaba por allí y... Lástima que tenga que escribir mi columna y no tenga tiempo para poder contarle a nuestra amiga Carmen Fita Lorente, amiga de toda la vida, lo del concierto de Luis Eduardo Aute en el Teatro Circo de Orihuela. Porque la misma tarde de ese viernes me mandó un correo avisándome, con el entusiasmo y espontaneidad con la que ella siempre dice las cosas, de la actuación del cantautor en Orihuela. Y que también, ese mismo día, Asfalto actuaba en Benidorm. ¿Que volvían viejos tiempos?... El tiempo no vuelve sino en la memoria. Y entonces vuelve con caprichos. Como tantas veces nos sucede en esta columna "De recuerdos y lunas" que nos ocupa.

Ahora, si en vez de tener que escribir mi columna, tuviera tiempo para contarle a Carmen el concierto, le diría que fue muy hermoso y que conociéndola como la conozco hubiera pasado un rato muy feliz. Que fueron tres horas de ternuras. Hay quien dice, no sé si en sentido positivo o negativo, que escuchar a Aute es como sentarse frente al mar calmo. O frente al fuego de un hogar. No sé si lo dicen en positivo o negativo porque para algunos, sentarse delante del mar tranquilo o delante del fuego resulta aburrido; mientras que para otros es sólo monotonía aparente porque, contra el hastío, en esas contemplaciones supuestamente cansinas podemos descubrir en cada ola nuevas espumas y en cada llama nuevas lenguas que catapultan la imaginación resultando entretenimiento diverso que no cansa. Y la cabeza viaja juguetona por el pasado trayéndonos lo que hemos sido. Y caprichosamente salta al futuro con lo que deseamos ser. Y caprichosamente se entretiene en el fugaz presente con lo que somos. Y así sin darse cuenta pasa el tiempo plácidamente. Es más, si la playa es de guijarros las piedras nos hablan con el rumor de las olas, trayéndonos las profundidades del mar. Si la leña nueva y de almendro, la savia burbujea los rumores secretos de la tierra. A mí me parece, por tanto, que Aute no es aburrido. Y si tuviera tiempo de contar lo que fue y no tener que escribir esta columna diría que fue maravilla. Y le comentaría a Carmen que Aute –que en septiembre cumplirá sesenta y siete años– conserva una magnífica voz. Y que ya no sé si es la voz la que envejece –en Aute no lo parece– o es que hay canciones que no pueden envejecer y que son jóvenes eternamente más allá del contexto en el que fueron creadas. Con "Al alba" –esto tendría que decírselo a Carmen– cerró el concierto. Cantada a pelo. Sin instrumentos. Sólo la voz. A cappella que dicen los entendidos. Y en los silencios sin música fue "silenciosa danza". Aquí de corazones arrebujados, encandilados por corroborar la sencillez de lo cotidiano que Aute sacraliza en todo concierto. Esas cosas que cuando nos falte vida echaremos de menos habiéndolas tenido tan cerca desapercibidas: Una mano, un brazo para acariciar; unas mejillas, para acurrucados fundirlas con otras mejillas; el ser con otros... Todas esas cosas sencillas. Pequeños placeres. Como los que nos canta en la entrañable elegía al amigo perdido Carlos Arjona de Denia en "Che, qué mal". Canción para una muerte que emana vida.

Y otra cosa le contaría a Carmen si no tuviera que escribir mi columna: Y es que en la reivindicación de esas cosas sencillas del mundo, el mundo se hace pañuelo. Y el propio escenario era mundo: Aute, nacido en Filipinas, Cristina Narea en Chile, Igor Tukalo en Ucrania, Tony Carmona... Vaya musicazos para... ¡"La Belleza"!

Ya contaré.

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