¿Cómo están ustedes?

Pastel de carlota

Era mi pastel preferido. Porque era mi tarta de cumpleaños. Y porque la hacía mi madre. Unas tiras de toñas bañadas, virutas de coco y carlota hervida. En Villena –nos lo dice Máximo Torreblanca Espinosa en su "Estudio del habla de Villena y su comarca" (1976) y nos lo recuerda José María Soler en su "Diccionario villenero" (1993)– la "carlota" es la zanahoria comestible de color amarillento o anaranjado. El término "zanahoria" se usa únicamente para denominar a la variedad de color morado.

El pastel, dulce, se servía en frío. La toña y las virutas de coco las comprábamos en la pastelería El Sol. Ya historia. Pero creciendo creciendo, se acabó la tarta. Se acabó el pastel de carlota cuando dejamos de celebrar los cumpleaños con los amigos en casa. Y se nos olvidó su sabor. Luego, pasando los años, en una Feria del Campo en Villena, mi amigo Andrés Martínez Espinosa nos devolvió el gusto y la memoria. Dedicamos este artículo a él. A su familia. Y especialmente a la memoria del tío Enrique.

Por su amistad de años, también por su apoyo siempre a mis proyectos literarios, teníamos pendientes estas letras para Andrés Martínez y familia. Letras que han esperado demasiado. Pero nunca es tarde para agradecer la amistad. Como nunca es tarde para recuperar viejas recetas. Así que, en este año de tantas memorias y de tantos recuerdos azuzados con ternuras en la convivencia con mis quintos y quintas de Edad de Oro. Los 50, un Tesoro, he decidido celebrar mi cumpleaños con un pastel de carlota. Cocinándolo. Comiéndolo. Y será estupendo.

Cuando la infancia, a algunos de mis amigos les parecía un dulce extraño. Incluso hubo una ocasión en la que uno, haciendo aspavientos de asco en el convite, no llegó a disimular su aprensión cuando se enteró de que el pastel llevaba carlota. Me dolió mucho este desagrado. Tanto me dolió que nunca lo he olvidado. Cosa de chiquillos, sí; pero cosa que nunca se olvida. Porque para mí no era un postre extraño. Era un pastel excepcional. Extraordinario. Con ese sabor seco del coco azucarado y blanco, la toña bañada, almibarada y... Con ese dulzor delicado de madre. Se me ha olvidado poner entre los ingredientes el cariño que ponía mi madre en la elaboración de este pastel. Lo ponía porque era un pastel que yo le pedía. Así que: Tiras de toña bañadas y virutas de coco compradas en la confitería El Sol, carlota hervida y cariño de madre. Mucho cariño de madre.

Cuando Mary Ann Shaffer, con la colaboración de su sobrina Annie Barrows para ultimar lo que la muerte impidió a su tía ultimar, escribió "La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey" –ese libro que decíamos este verano en "Rutinas de verano"–, hizo un homenaje a la lectura. ¡Cuánto me gustan los libros que leyéndolos invitan a leer! ¡Cuánto los que leyéndolos nos llevan a desear leer otros libros! Homenaje a la lectura y también homenaje al género epistolar. Y al pastel de piel de patata. Otro pastel "extraño" pero memorable: "puré de patatas para el relleno, remolachas escurridas para endulzar y piel de patata para hacer la tapa de masa." Sencillo. Como nuestro pastel de carlota que, después de tantos años, no estará mal recuperarlo y quitar con su sabor de niñez el sinsabor de aquel desagrado. Y fortalecer con su sabor de campo, que es sabor de nuestros antepasados, el sabor de la amistad. Especialmente ahora con Andrés en su lejanía. Pero unidos por la amistad y por el sabor de la carlota.

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