Apaga y vámonos

¡PePe, un porrito!

Sorpréndase, señora, pero aquí donde me, servidor y unos colegas, todos viejas glorias de treinta y tantos, con muchos kilos y poco pelo, hemos retomado durante los últimos meses una vieja pasión común, la de jugar al baloncesto, cosa que hemos intentado hacer a lo largo y ancho de Villena hasta que hemos sido derrotados por los elementos.
Como quiera que jugar en el pabellón cubierto del polideportivo es poco menos que imposible –los tropecientos equipos federados de basket, fútbol sala, voleibol y no sé cuántas cosas más tienen que entrenar, faltaría más–, comenzamos a jugar en la pista pública del Mercado, donde en invierno tira que va, porque al parecer a los legítimos propietarios de la pista no les va mucho el frío. Pero fue llegar la primavera y se fastidió el invento, porque vayas a la hora que vayas hay un partido de fútbol entre las selecciones de Colombia y Ecuador, creo, y como somos tan listos en este pueblo, nadie ha caído en la cuenta de que poner cuatro canastas, ocho o doce, atravesando una cancha de fútbol, no sirve para nada si se juega al mismo tiempo la final de la Copa América.

Total, que nos fuimos con la música a otro lado, y más concretamente a los colegios Príncipe y Celada, donde gracias a sus direcciones y AMPAs se abren sus puertas durante el curso para que niños, jóvenes y adultos disfruten de sus pistas de fútbol sala y basket hasta bien entrada la noche. Y así estuvimos hasta que llegó junio, y con él el horario escolar de verano, con jornada intensiva y las tardes cerradas. Aún consiguieron los centros prolongar su apertura varias tardes a la semana durante ese mes, pero fue llegar julio y entonces sí que se acabó todo, porque al parecer para el ayuntamiento resulta económicamente costosísimo abrir los patios de los centros –pagarle a alguien (y algún parado dispuesto habrá, digo yo) algunos euros a la hora por estar paseando mientras la gente hace deporte…– y ofrecer a la juventud de Villena alguna alternativa saludable al local, la consola, las litronas y los porritos.

Pero el caso es que nada. En pleno julio, con los chavales sin cole, con muchos adultos con jornada intensiva –es decir, con las tardes libres–, de vacaciones o directamente en paro, en este pueblo dejado de la mano de Dios resulta prácticamente imposible practicar deporte de equipo –a no ser que seas amigo de algún Latin King– si no pasas por el aro de los lugares, horarios y precios establecidos, algo totalmente incomprensible en una localidad donde hay varios colegios e institutos públicos repletos de canchas vacías y muriéndose del asco durante tres meses.

Conclusión: que en septiembre veremos. De momento, unos cuantos jóvenes hemos dejado el deporte –o lo que fuera que hiciéramos– y hemos vuelto al bar o a casita, donde jugamos al basket en la Play Station mientras nos tomamos unas birras y nos fumamos unos canutos a la salud de nuestros bienamados gobernantes y sus infinitos desvelos para con sus súbditos.

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