Permítanme hablarles de solípedas
Son muchos los problemas que arrastra nuestra ciudad, a los que sumar los del día a día y los que han de venir (y por tanto hay que prever). Problemas que se ponen en evidencia de forma clara en los programas políticos con la llegada del periodo electoral. Generalmente son los problemas que se arrastran los utilizados como arma arrojadiza contra los últimos partidos que han estado en el poder; los problemas del día a día, del presente, a los que se ofrecen alternativas de mejora, y los problemas futuros
los que se suplen con maravillosas ideas de modernización (como la construcción de una universidad en nuestro municipio).
Pero hay problemas endémicos a los que como única salida se ha optado por proponer un pacto de mínimos, lo que en filosofía se llama ética de mínimos y que propone un esfuerzo de acuerdo sobre las líneas de trabajo necesarias para alcanzar un bien común. Tal procedimiento, tan lógico y evidente, podría traducirse en el terreno político como: tomemos una decisión sobre tal asunto pongamos el alcantarillado y comprometámonos a incluir una legislatura tras otra una partida económica en los presupuestos para modernizarlo. Y usted, querida persona, se preguntará: ¿por qué el alcantarillado, si es algo necesario? Y yo le respondo: porque es algo que cuesta mucha pasta, que ocasiona molestias vecinales y que una vez ejecutado no se hace notar. Igual que el ejemplo anterior podríamos encontrar algunas decenas de asuntos, en su mayoría realizables a largo plazo (varias legislaturas) o que merecen atención continuada (personal, presupuesto) como al abordar la temática de la pobreza o la violencia de género.
Estos acuerdos de mínimos, en el panorama político, resultan tristemente una fórmula para que los partidos dejen de utilizar ciertos aspectos sociales y estructurales como material estratégico para ganar votos o para hacerlos perder a sus rivales, y se tomen decisiones comunes y necesarias que pese a su mínimo rédito electoral son beneficiosas para toda la sociedad. Porque nadie estamos a salvo, y padecemos, esos bailes cuatrienales en el sistema educativo, en las infraestructuras estatales o en el sistema laboral. O más cerca, en Villena, si hablamos de las vías, del Plan General de Ordenación Urbana, del agua, del alcantarillado
Pero permítanme hablarles de solípedas, de cebras concretamente, de pasos de cebra. Porque si la fisonomía de nuestra ciudad ya resulta curiosa con los cinturones creados por las vías y la autovía, a eso tenemos que añadir ciertos aspectos particulares que la convierten en un verdadero laberinto. Recuerdo que con el cierre de la calle Democracia con Constitución, debíamos tomar Benavente, Bartolomé, San Sebastián, San Isidro y finalmente La Virgen, para acceder a la carretera de Yecla. Del mismo modo sufrimos con el cierre de la calle La Cruz, o con esos atascos que llegan hasta Villena Hills por el corte de la calle Nueva y esos semáforos que funcionan o no en el cruce de Rosalía de Castro.
Sumadas a estas eventualidades tenemos otras cosillas como la docena de cedas el paso de la calle Juan Ramón Jiménez o la entrada y salida del puente del Grec con Esteban Barbado. Pero yo venía a hablarles de cebras, de pasos de cebra. Por ejemplo todos los que nos encontramos tras esperar con el coche el verde en el semáforo y cruzar la Avenida Constitución. Pasos de cebra en lugares muy transitados que llegan a retener los vehículos cruzados en la avenida cuando en esta se reinicia la circulación del tráfico. Mención especial tiene el doble paso frente al parque María Auxiliadora, donde casi siempre toca detenerse cerrando la circulación por la avenida. Pasos con prioridad para peatones y peatonas, inevitables, me dirán. Aunque no podríamos decir lo mismo de los cedas en esquinas Luis García con Benavente, por ejemplo que obligan a bloquear el paso de vehículos.
Así estimo que no estaría de más una revisión de la circulación de vehículos por nuestras calles con objeto de optimizar y evitar posibles peligros. Revisión, análisis y acuerdo de mínimos. Aunque si me permiten un último apunte, si hablamos de pasos de cebra, no puedo evitar manifestar mi alarma por todos aquellos vehículos que los pasan por alto en zonas escolares: allí sí harían falta cámaras de vigilancia capaces de amonestar directamente la infracción.