Pleno Extraordinario
Y bueno, el caso es que llego al caso del último Pleno Extraordinario como quien acaba de despertar de aquello que debió ser un sueño reponedor y acabó siendo una pausa entre dolencia y dolencia. Así que con los ojos legañosos y el cerebro entumecido, con los músculos alineados todavía para continuar realizando el esfuerzo del día anterior, tengo que suspirar, respirar, desentumecer, relajar y centrarme para reflexionar sobre los últimos acontecimientos: el transcurso del dichoso Pleno.
Ese convocado a petición del grupo Popular, por la oposición, para tratar el tema de actualidad: el Edificio Educativo de la Plaza Colache. Aquel que el anterior Equipo de Gobierno quiso destinar a la Escuela de Gastronomía y el actual quiere catalogar como plurifuncional, es decir a dar cobertura a la Sede Universitaria y a la Sala de Estudios.
No me centraré, no estoy para ello, en las argumentaciones que de una u otra forma, o de aquella forma, debieron quedar implícitas en las exposiciones que cada una de las partes ofrecieron durante el Pleno. No, porque supondría por mi parte realizar un trabajo de análisis que no debería ser necesario. Puesto que los motivos, los detalles, las concreciones, debieron ser la base en cada turno de palabra. No me centraré en el quid del asunto porque a primera vista no existió, pese a que la consideración de aquel encuentro remunerado se fundamentaba en el debate sobre el quid del asunto.
Me conformo con exponerles, queridas personas, aquello que ustedes como yo y los medios de comunicación tomamos como materia destacada del encuentro. En primer lugar que la realización de este Pleno supone alrededor de mil euros para las arcas de nuestro municipio. Línea argumental matizada por ambas partes mediante la aportación de datos respecto a la frecuencia y horarios de los Plenos realizados y/o demandados en los momentos en que uno u otro Equipo de Gobierno estaban en el poder. En segundo lugar, el dilema sobre la crisis de identidad, la hipocresía, el interés particular, la esquizofrenia, de cada parte según el lado en que se encontrara en el momento de tratar el asunto en cuestión. Los reproches, las acusaciones de incoherencia. Las justificaciones sobre los diferentes matices
Pero al fin, la falta de diálogo. La incapacidad para el discurso y la capacidad de representación de los intereses e inquietudes de la ciudadanía. Al final, yo mismo, apesadumbrado y torpe, tan solo deseé no haber tomado aquel café cargado y no haberme sentado a contemplar el desperdicio de nuestras fórmulas democráticas. Deseé seguir durmiendo, aún conociendo mi incapacidad para seguir dormido; deseé que la vida me ahorrara, aunque tuviera que pagarlas como cualquiera, este tipo de absurdos tautológicos: donde lo inútil del diálogo se convierte en un diálogo inútil.