Porra anticorrupción
El 20 de octubre de 1901 se celebró en Madrid la Segunda Corrida de la Prensa con un concurso de ganaderías y el aliciente de unas apuestas mutuas, algo así como una quiniela taurina celebrada cuarenta y cinco años antes de que se crearan las primeras quinielas futbolísticas.
Los ocho toros estuvieron expuestos en el hipódromo situado al final del Paseo de la Castellana y en las expendedurías que existían para las carreras de caballos se facilitaban los boletos para participar en la porra. Obtuvieron premio los que apostaron por el toro Cedacero, de la ganadería de Adalid. Si resulta difícil adivinar cuál va a ser el resultado del partido Betis-Osasuna, imagínense lo arriesgado de aventurarse acerca de cuál será el mejor toro de una corrida, habida cuenta que los toros y el melón son lo que son.
Al igual que siempre ha habido antitaurinos, también hemos existido desde entonces antipolíticos nefastos, aunque esta condición no aminore nuestro interés por dicha técnica. Ramón Pérez de Ayala, gran amigo de Juan Belmonte, respondía a los primeros afirmando que si él fuese presidente del Gobierno aboliría las corridas de toros; pero como no lo era, no se perdía ni una. Tampoco podemos abolir la oligarquía política, tal y como se ha enquistado en nuestro mediocre sistema democrático, y nos limitaremos a disfrutar con sus cuitas.
Es muy complicado acertar una porra futbolística y casi imposible adivinar cuál será el más bravo del encierro, pero sin embargo resulta sencillo apostar y acertar en la porra anticorrupción. Hay un aspecto que distingue a unos políticos de otros: Unos ostentan el poder y otros se desesperan en la oposición. Los poderosos se diferencian en tres tipos: Los incorruptibles, los que caen una sola vez en la tentación y los corruptos crónicos. Los primeros no son noticia y en este caso la dificultad radica en su correcta señalización.
Los que apenas han aceptado parabienes a cambio de favores tampoco suelen salir en los medios pues la probabilidad de que sean cazados es prácticamente nula. A base de ir demasiado el cántaro a la fuente, sólo los que llevan todos los números para que les impongan la chapa de chorizos se ven las caras ante el juez.
Cuando esto ocurre todos deberíamos hacer valer el constitucional principio de la presunción de inocencia, en primer lugar. Y a continuación, como hacemos los irreverentes, desprender las siglas del partido de turno y presenciar el espectáculo sin comportarse como hinchas de un equipo u otro. Nadie debería autocomplacerse con el falso atenuante que si es de los nuestros es menos corrupto que cuando se trata de un político del partido opuesto. Me avergüenzo del deforme sistema político español y aún más de aquellos que ante la avalancha de choriceo por doquier se empecinan en combatirla aportando listados sobre los casos de corrupción del bando contrario.
Advierte Machado a cada españolito que viene al mundo que una de las dos Españas ha de helarle el corazón. Y ninguna lo merece.