El Diván de Juan José Torres

Programas en extinción

El amigo Aureliano Buendía, una de las mejores plumas de la provincia, aunque no tenga pluma, se despacha a gusto con el nuevo Equipo de Gobierno en su columna de la semana pasada “Programa, programa, programa”, que tanto interés ha suscitado en los foros digitales. Hace un repaso de las descoordinaciones y algunas extravagancias de los gestores municipales en referencia a sus programas electorales propios y a las carencias de un proyecto común. Yo, como acostumbro, hago el papel de abogado del diablo y propongo una lanza de disculpas a favor del Tripartito, aunque hoy los programas no sirven ni para agarrarse en clavo ardiendo.
En descargo del gobierno municipal es necesario incidir que no hay un duro en el Ayuntamiento, hasta el punto de encontrarse con dificultades para responder al gasto corriente, incluidas nóminas. Siendo esto cierto cabría pensar que la Diputación podría echar un cable, pero su problema de liquidez es el mismo. Entonces se podría acudir a nuestra queridísima Generalitat, pero Alberto Fabra bastante tiene con apechugar con los dispendios de su antecesor Camps, que aún se va de turné por Japón. Ni siquiera la presidencia de Zp puede responder a tanto disparate y si reclamamos a Bruselas nos pueden dar una hostia.

Si no hay dinero no existe planificación y, por tanto, los programas electorales no son más que una declaración de buenas intenciones; sólo eso, un compendio de ilusiones, voluntades y a tirar de imaginación. Habría que ver el programa del PP en las actuales circunstancias, maniatados también por aquí, por allá, por defunción de Planes Gubernamentales y por quiebra de Proyectos, allende nuestras fronteras. Así que las declaraciones de Merce Menor, Carlos Beltrán o Juan Carlos Pedrosa me parecen que, lejos de estar a la defensiva, son realistas. Y mofarse de tanta escasez me resulta desproporcionado.

Porque hasta el esperanzador programa unitario de la UE ha caído en picado de tanto sobresalto, hasta el punto que cada país respira de forma diferente y propone medidas antagónicas. Incluso el triunfador programa de Obama, que garantizaba empleo, cobertura social y sanitaria, se ha vuelto en su contra. ¿Que en la coyuntura económica actual los programas son un engaño? Probablemente. Porque se adornan, se engrandecen, se exageran con la seguridad, nunca confesada, de que si se cumplieran el 10% de los objetivos ya quedarían satisfechos. Si se asentaran en la modestia resultaría ridículo y sin gancho electoral.

Por eso la demagogia sigue siendo un embaucador recurso. Pero aquellos tiempos de Anguita exigiendo “Programa, programa, programa” a Felipe González para sellar un pacto pasaron a la historia. Entonces los convenios entre trabajadores y empresas iban a misa, y ningún derecho constitucional se tambaleaba como ahora. Vino luego Aznar con su célebre frase “España va bien”, aunque ya se estaba incubando la crisis en las carteras de los mercados y en la de los ciudadanos. Ahora llegan estos tiempos crueles en los que se puede decir “no podemos apretarnos el cinturón y bajarnos los pantalones al mismo tiempo”.

El enfurruñamiento de mi estimado Aureliano, con las dudas sin despejar del programa común del Tripartito, me parece excesivo. Simplemente porque con financiaciones firmes cualquier programa es más fácil de elaborar y ejecutar, sin céntimos a ver quién hace milagros. Aun así que nadie piense, ¿para qué se vota entonces? Que nadie crea que según lo descrito todos son iguales. Hay diferencias abismales entre unos políticos y otros que hay que reconocer. El actual alcalde no es chulo, ni prepotente, ni creído, ni pretencioso, ni mentiroso ni charlatán. Credenciales suficientes cuando lo normal es encontrar políticos engreídos con falsas promesas.

Y como escribo sin presión y sin censuras tengo el honor de disentir de la opinión de Aureliano. A mí se me verá el plumero, pero con orgullo.

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