Apaga y vámonos

Próxima estación: Argentina

La clase política, banda integrada por trabajadores eventuales discontinuos organizados en forma de partitocracia bipartidista, o sea, lo contrario de una democracia digna de tal nombre, camina firme y decidida hacia la nada seguida por todos nosotros, los contribuyentes, que vamos detrás como borregos. Si no formas parte de la solución, es que eres parte del problema. Y soluciones, los políticos, ofrecen más bien pocas. Despéjeme usted esa X, señora.
Me da igual el ámbito administrativo o el partido del que hablemos, porque nos la meten doblada todos y en todas partes. En lo local, igual te prometen un museo o una Zona Cero que un centro de ocio o un soterramiento, un trasvase que un hospital, un centro comercial que una piscina cubierta. Lo mismo da. Por regla general, no cumplen. Por eso, llega un momento en que dejas de pensar que la Administración está para solucionar problemas y te conformas con que no se dedique a ponerte zancadillas y hacerte tropezar. Lo menos que pueden hacer, entonces, es apartarse a un lado y no molestar. Pero ni eso, porque a la mínima que pueden meten la zarpa y echan a perder cuanto tocan. Y aquí no dimite nadie.

¿Que toca mangonear en la economía? Pues mangoneamos. Ahí están las Cajas de Ahorros, retiro dorado para políticos fracasados, maravillosa jubilación para quienes, acostumbrados a vivir a todo tren a costa de la plebe, despilfarran el dinero de los clientes a manos llenas y sin evaluación de riesgo alguna, porque sus aventuras con Martinsas, Poceros o Terras Míticas –proyectos faraónicos levantados a mayor gloria del poder caciquil de la taifa de turno– les han dejado sus bolsillos particulares llenos, pero los fondos de todos –particulares, autónomos y empresas a los que ahora niegan el crédito o sangran con intereses insultantes– temblando. Pasen y vean, si no, el Show de las Cajas, que acaba de comenzar en Castilla-La Mancha. Y aquí no dimite nadie.

¿Que hay que vivir como Dios a costa del pueblo? Pues se vive. La señorita Pajín, de nombre Leire, se mete al bolsillo 20.000 euros cada mes, pues a su sueldo como número 3 del PSOE suma el que percibe por ser senadora y una pensión en calidad de ex-secretaria de Estado de Cooperación Internacional. ¿Justo? Ustedes mismos. Pero digo yo que con 6.000 euros mensuales, un suponer, también se puede vivir muy dignamente, mientras que los 14.000 euros restantes servirían para dar trabajo un año entero a un mileurista. Y ahora cogen y me suman lo que nos cuestan todas las Leires que hay en el Congreso de los Diputados, donde sólo el 10% de sus Señorías viven de su escaño, mientras que el 90% restante –para esto sí hay consenso, faltaría más– se dedica a hacer valer su cargo poniendo el cazo en todo bufete-consejo-de-administración-fundación-patronato-o-similar que se ponga a tiro. ¿Llevan bien la cuenta? Pues ahora la multiplican por 17 Comunidades Autónomas, y antes de que les entre el sofocón y les dé por liarse a tiros en un supermercado o instituto, sigan multiplicando por 41 Diputaciones Provinciales, 10 Cabildos y Consejos Insulares y alguna institución Foral que otra. ¿Cómo coño va a dimitir nadie renunciando a semejante chollo?

Así las cosas, sólo nos queda saber si seremos capaces de extirpar el cáncer a tiempo o si, por el contrario, la metástasis se ha apoderado ya de nosotros, destrozando un organismo que se encamina como un zombie a su próxima estación, Argentina, país donde el cáncer se disfrazó de servidor público y habitó en el Parlamento para desgracia de millones de personas.

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