El Volapié

Puntualidad y democracia

Estos son dos aspectos fundamentales en las corridas de toros que demuestran la importancia de los espectáculos taurinos desde hace siglos. Los españoles ni han sido ni son puntuales, y me excluyo porque soy un español con puntualidad taurina, que es más estricta que la británica. Más de una vez me he tenido que escuchar como reproche que la puntualidad en mí es un defecto.
Lo democrático de una corrida de toros todavía es mucho más destacable en una nación con escasa tradición democrática y aceptando a regañadientes como democracia el régimen que nos rige actualmente. Una plaza de toros sintetiza perfectamente la pirámide social española: El presidente –representante de la autoridad– en el palco con sus asesores, las clases acomodadas y algunos oportunistas en las barreras y tendidos bajos de capotes, la mayoría en los tendidos altos de sombra y en todos los de sol, y las personas con menor poder adquisitivo en las nayas y andanadas, pagando cada uno según sus posibilidades o sus apetencias. Tampoco faltan algunos enchufados, unos cuantos que no pagan porque sus cargos no se lo permiten, los avispados que consiguen colarse y los intolerantes que no aceptan la tauromaquia.

Esto es democrático porque sin pagar todos lo mismo, todos acceden al mismo espectáculo aunque la diferencia de cotización puede implicar el sufrimiento del sol de cara, estar rodeados de gañanes o deleitarse con los modelitos de las maripilis de alto standing que pululan en la sombra.

También democrático porque –a diferencia de los forofos de la política y de fútbol– aunque el aficionado a los toros tiene sus gustos, preferencias, simpatías y fobias, es capaz de silenciar a su torero preferido después de que este pegue un petardazo, y pedir las orejas de su rival si ha estado cumbre. Como además suele haber otro toro en el lote, esto permite que el buen aficionado pueda manifestar su dispar criterio sólo un rato más tarde, juzgando cada faena por separado.

Sólo en Villena comienzan los toros con retraso y sólo aquí he visto a algunos presidentes conceder trofeos que no eran pedidos por el respetable. No entremos en política ya que esto lo he venido observando desde que voy a los toros, con la diferencia de que el público de antes protestaba y el de ahora canta y baila, la mitad vestidos de flamenca y la otra mitad de toreros.

Cierto es que me estoy refiriendo desgraciada y necesariamente a la corrida de fiestas –la única de la temporada– y por eso resulta tan importante que el flamante centro plurifuncional también sea útil para celebrar corridas de toros en otras fechas señaladas como el comienzo de la temporada, los domingos de Ramos y Resurrección, el 1º de mayo o la feria, donde ocupemos nuestra localidad con la ilusión de ver toros como sucedía en Villena en los buenos tiempos. El histórico demuestra que son posibles varios festejos al año. Esperemos que el Ayuntamiento aguante, que haya algún empresario que se atreva y ojalá que la buena afición villenense responda favorablemente.

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