Opinión

Qué difícil es hacer el agosto en un Simca 1000

Se dice que “hacer el agosto” es conseguir una buena cantidad de dinero en poco tiempo y de forma muy fácil, a veces inesperadamente o gracias a una circunstancia ajena al trabajo. Pues bien, ya estamos en agosto, el mes en el que los precios de los apartamentos se disparan y las playas se ponen a parir. Un mes de cabañuelas y vendimias que huele a Fiestas, a cremas protectoras, a bronceadores y a insecticidas que matan moscas y mosquitos sin dañar las plantas. Un mes que los romanos dedicaron al emperador César Augusto (de ahí el nombre), y que los villeneros dedicamos con devoción a ensayar, encalar, ir al horno y preparar el traje.
Porque si hay una imagen característica de este mes es la de ver salir a la gente de las tintorerías con el traje limpio y planchado, colgado de una percha, metido en una bolsa, andando con mucho tacto y cuidado, apartándose de todo, huyendo de cualquier contacto para conseguir que el traje no se arrugue ni se ensucie antes de llegar a casa. En poco tiempo comenzaremos a ver estrambóticas imágenes, como la del hombre vestido de paisano que se pasea por la calle con una espingarda, o la del señor que sale de su letargo, tras haber pasado el resto del año viendo la tele en el sofá, sin participar ni colaborar en nada, y que ahora se sube alegremente a un perigallo para colgar banderas y guirnaldas con las que engalanar su calle. Al verlos, podremos decir que el desfile ha comenzado.

Yo, por mi parte, bajé esta semana a la ciudad a resolver algunos asuntos. Quería, entre otras cosas, reservar un billete en el Kontiki para poder volver a Tabarca a principios de septiembre (no sé si de forma definitiva), y aprovechar de paso para tomar un helado en la Ibense, en plena Puerta Almansa, sentado en ese entrañable tamparantán que ya se ha convertido, con el paso del tiempo, en todo un clásico del verano en Villena; en símbolo perenne e indisoluble de nuestro paisaje urbanístico. Recuerdo, no obstante, que al principio la gente no se decidía a sentarse. Algunas personas, incluso, manifestaban cierto temor a que el piojo se saliera en la curva y les volcara el agua limón. El tiempo y la pericia de los conductores han demostrado que aquellos temores eran infundados. El caso es que, estando allí, pensé en la idea de reconvertir aquella especie de horchatería móvil en un espacio plurifuncional que a la vez pudiera servir como lugar o escenario donde se pudieran llevar a cabo actuaciones musicales y teatrales o campeonatos veraniegos de truque y dominó.

Viendo que se había hecho tarde, y que ya era de noche, decidí quedarme en Villena a tomar un “pinchaico”. Me dirigí andando hasta la zona de La Morenica. Me quedé impactado al comprobar la cantidad de gente que sale a cenar por ahí a base de montaditos. Recorrí un sin fin de bares (El Sol, la Baralida, El Gordo, El Toledano…) sin hallar un hueco. Todo estaba completo y a rebosar. Me quedé impactado al comprobar lo difícil que es encontrar una mesa libre; lo complicado que puede llegar a ser conseguir un plato de caracoles o una ración de queso frito a esas horas. Al pasar por el cuartel de la Guardia Civil se me ocurrió que la Benemérita también podría montar una terraza en la calle y hacer su agosto. No me digan que no funcionaría un bar en el que los camareros fueran vestidos de verde, y en el que los manteles y las servilletas llevaran los colores de la bandera de España. Imagínenselos haciéndoles el saludo y el alto para indicarles dónde se pueden sentar, preguntándoles “¿qué desean cenar?”, sacando la libreta de poner las multas y anotando en ella “una de chipirones, media de habas, una de capellán con tomate y una fuente de montaditos variados”, todo ello servido, por supuesto, en cazuelitas con forma de tricornio. Y al final de todo, tras pedir la cuenta, en vez de ponerles un chupito, los clientes serían obsequiados con puntos de regalo para el carné de conducir. Sería gracioso, sin duda, sobre todo cuando llegara el típico cliente impaciente y dijera: “¿Y el pulpo, por qué no sale, es que los están interrogando?”...

Hambriento y abochornado continué la búsqueda. La ciudad se acababa. Al final fui a parar a los Peones Camineros. Era la última opción. Sabía que si allí no me servían tendría que seguir andando hasta Cañada en busca del próximo bar. Allí hice cola durante tres cuartos de hora. En una de las mesas había un señor que no paraba de hablar. Hablaba en voz alta, para que todos lo oyeran, y se jactaba ante el resto de comensales de haber hecho muchas cosas por su comparsa, de haber hecho su primera gachamiga de kilo cuando tenía tres años, de haber ganado un campeonato de truque con una mano escayolada, de haber hecho doblete como alférez, de haber pertenecido a la selección olímpica de rodadores de bandera… Aquel hombre lo tenía todo. Era, más o menos, como la ferretería que tenía justo enfrente de mí. Mientras, en otra mesa, alguien contó un chiste muy gracioso: “Dice que van un Moro Viejo, un Moro Nuevo, un Marrueco, un Realista, un Nazaríe, un Berebere, un Pirata, un Estudiante, un Marino Corsario, un Contrabandista, un Masero, un Ballestero, un Almogávar y un Cristiano en un avión, y la azafata se enrolla con el almogávar”. Jajajajajajajajajajajajajajaja.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba