Recuperar la credibilidad perdida
Ese es el principal escollo que se va a encontrar el futuro gobierno, si es que se consolida pronto. Está claro que el partido que conforme el gobierno difícilmente lo hará en solitario y en minoría, pues su inestabilidad estaría a merced, en cualquier momento, de una moción de censura. Es evidente que Rajoy está resignado a no ser él quien lidere la presidencia, pero me genera muchas dudas que Pedro Sánchez sea quien se eche a su espalda los problemas del país; entre otras cosas porque necesita el beneplácito de otras fuerzas, todas ellas son beligerantes: si pacta con C´s no obtiene la bendición de Podemos, y si se arregla con Podemos no obtendrá el apoyo de C´s.
Tanto es así que no descarto nuevas elecciones para vergüenza de Pedro Sánchez, que se puso bravucón ante la impotencia de Rajoy y está teniendo las mismas dificultades. En todo caso el titular de esta columna es que haya gobierno ahora o no, se convoquen nuevas elecciones o no; los nuevos dirigentes tendrán que limpiar la era sí o sí, e imponer un sistema de control político y administrativo que evite, de una vez por todas, la corrupción en este país. Me duele en el alma la frase incierta de que todos los políticos son iguales y me entristece escuchar que todos harían lo mismo. Si durante décadas ha existido permisividad es porque se ha consentido o se ha mirado a otro lado. No me consuela la sentencia de que lo llevamos todos en el ADN, porque si fuera así, ¿por qué insistir en el orgullo de ser español? Yo, desde luego, no me siento orgulloso de vivir en una nación así; al contrario, me deshonra.
Porque lo que han esquilmado unos y otros hubiese servido para mejorarla, para dotarla más adecuadamente, para embellecerla o para abolir la pobreza, por ejemplo. Por tanto, el primer objetivo de quienes nos gobiernen deberá ocuparse de la regeneración política y de no permitir, nunca más, escándalos como los que ya nos tienen acostumbrados las noticias diarias. Para ello sería necesario que, por Ley, se modificasen las leyes penales para endurecer los casos de corrupción con sentencias ejemplarizantes. Y, paralelamente a la actuación judicial, se establecieran mecanismos que actuaran en las responsabilidades políticas.
No es posible que el PP coloque a Rita Barberá en la Diputación Permanente del Senado para aforarla más si cabe mientras alardea de transparencia y de nuevos códigos éticos. Aunque no esté imputada, todavía, no puede eximirse de responsabilidades políticas porque la jefa debe controlar, y si no vigila, no vale. Ahora lo ha hecho Esperanza Aguirre, pero voluntariamente y demasiado tarde. Manuel Chaves y José Antonio Griñán no tuvieron esa misma dignidad en el caso de los ERE de Andalucía porque, aunque ellos no recogieran del cazo, fueron sus máximos responsables. Por eso el Estado debe intervenir políticamente, no judicialmente, que para eso están los tribunales. Y debe injerir cesando inmediatamente al cargo de turno que esté implicado por ignorancia o incompetencia; al fin y al cabo, la inconsciencia o la impericia son síntomas de incapacidad, sea moral o intelectual.
Del mismo modo tendrá el nuevo gobierno que unificar, con las demás fuerzas, criterios unánimes con conceptos tan escurridizos como el escrache, por ejemplo. No es posible que lo que para unos que lo utilizaron, pongo por caso a Ada Colau, Jorge Vestringe o Javier Barbero, concejal de policía de Madrid, sea un signo de la libertad de expresión, y para otros que lo sufrieron, como el mismo edil madrileño, un ataque de fascistas o perros flautas, vayan ustedes a saber. Deberá también el nuevo gobierno diseñar políticas profundas que espanten los vicios crónicos que nos encorsetan y dejar a un lado los gestos frívolos, muchos de los cuales resultan estúpidos, como Carolina Bescansa publicitando a su bebé teniendo niñera, Rita Maestre semidesnudándose en una capilla universitaria o Pablo Iglesias repartiendo carteras ministeriales y emplazando al líder socialista a que le visite, pues si es así estará encantado.
Más que guiños en clave electoral el país necesita estrategias serias y convincentes. Pero me temo, una vez más, que me quedaré con las ganas.