Reencuentro en la fase del caos
El otro día me encontré con un viejo amigo del que no sabía nada en mucho tiempo. A los abrazos pertinentes sucedieron las preguntas obligadas, esas que interrogan sobre qué tal y cómo nos va. Y a partir de ahí la conversación derivó hacia la actualidad. Fue un reencuentro para llorar, pues los comentarios no variaban de aquellos que escuchamos en la calle, cafeterías, radio, televisiones: la crisis. Maldita crisis que se lo lleva todo, el Estado de Bienestar, los Derechos Laborales más allá del debate sindical, las redes que amortiguan los tropezones, los paracaídas que ralentizan la caída libre o los salvavidas que impiden el ahogamiento. Esta crisis se lo lleva todo por delante: empresas, familias, viviendas, futuros, coberturas, seguridades y esperanzas.
Me decía mi amigo que pueden estar los dos polos, norte y sur, derritiéndose y el planeta Tierra, el único e intransferible que tenemos, sonrojado por el cambio climático y por los destrozos de nuestra especie humana, que ningún gobierno poderoso moverá un dedo ni hará nada por impedirlo, como así queda demostrado con los acuerdos de Kioto, otro papel mojado. Nada es urgente y todo puede esperar; sin embargo, el déficit y la deuda no esperan porque no hay treguas y es urgentísimo pagarlo. Nuestro astro se muere de asco y no pasa nada, pero se está muriendo toda una población que ha hecho los deberes, que trabaja y que paga y que por ello nos dan maltrato por todos lados.
Todos los sectores de la sociedad están sufriendo esta sinrazón. Los funcionarios, los trabajadores por cuenta ajena, los autónomos, los pequeños y medianos empresarios, los comerciantes, los parados, los pensionistas, los jóvenes sin trabajo y sin futuro, toda una estructura piramidal en sus tres cuartas partes desde su base. Sistemas estatales que hasta ahora nos garantizaban gratuidad y universalidad, como la educación o la sanidad, se van a pique porque su cobertura social ha dejado de existir mediante la aplicación del copago farmacéutico o las altas tasas para acceder a los recursos educativos. Hasta los más desfavorecidos, como los dependientes y los colectivos socio-sanitarios, se encuentran en el paredón de ejecución y, para rematar la insensatez, las nuevas tasas en la Justicia, que la convierten a partir de ahora en una justicia exclusiva para gente adinerada.
Todos los estamentos hundiéndose en la intemperie, todos los ciudadanos, cada vez más indignados, quedándose sin voz ni recursos porque hay que pagar una deuda y que los que la crearon están escondidos, sueltos y al acecho, como mercaderes estraperlistas a verlas pasar y verlas venir, para repartirse luego el botín cuando llegue el saqueo. Pero las personas de a pie, las que sufren estos atropellos, son personas de carne y hueso, personas físicas que tienen un DNI, un Libro de Familia, que están empadronadas, que están domiciliadas en viviendas de distinta suerte, nominadas en Hacienda para retratarse en sus compromisos y apuntadas en cualquier entidad bancaria para regocijo de sus accionistas.
La UE nació con el propósito de unir una Europa bajo unos parámetros de igualdad, de respeto y de cohesión. El libre comercio se abrió camino entre las fronteras y el tránsito libre de ciudadanos. Entre sus fines una Europa unida en la Seguridad, en la Economía, en la Moneda Única, en el Comercio, en la Solidaridad y en la ayuda a los nuevos países que se iban incorporando. Hoy son 27, de su padre y de su madre, y no se respetan ni los ritmos de crecimiento ni las diferencias de criterios. Unos pocos defienden sus egoístas intereses frente a la mayoría, ahogada por sus propias contradicciones, y el FMI suplica una moratoria en los pagos mientras Bruselas dice que naranjas de la China. Y lo que los ciudadanos queremos es una Europa libre pero digna, no esclava y vendida.