Al Reselico

Resaca del Rabolagartija

De festivales, música y purpurina

Mientras subíamos por la rampa del polideportivo, camino al recinto de los festivales, mi amiga Ana Lucía me soltó dos preguntas que me dieron que pensar. La primera, si me acordaba del primer Rabolagartija al que fuimos juntos, hace ya cinco años, cuando aún era un pequeño evento de un día en el que la gente no llenaba ni hasta la torre de sonido. Nada que ver con el tremendo festival en el que hoy se ha convertido. Hablamos de que año tras año no terminamos de creernos que podamos disfrutar de esos días de fiesta y música en nuestro pueblo, sin necesidad de tener que desplazarnos; de que cada año valoramos más poder dormir en nuestras camas, sin vernos obligados a sobrevivir en un camping o pillar algún hotel, pudiendo levantarnos por la mañana y ducharnos en nuestras casas, abrir nuestro frigorífico y contemplar entusiasmados esa ensalada de pasta que nos ayudará a volver a la vida… Eso me hizo pensar que, quizás, nos estamos haciendo algo mayores. Los tiempos de Viña Rock o Arenal Sound me da que han pasado a mejor vida.

Lo segundo que me preguntó es que si llevaba purpurina y brilli brilli. Esa otra frase me hizo pensar que, quizás, tampoco fuéramos tan mayores. Nadie mejor que nosotros dos (igual yo un poco más) para ponerle cara al síndrome de Peter Pan.

Para todos los gustos y públicos. Con un ambiente espectacular, familiar y buen rollista

Horas más tarde ya estaba entre las miles de personas que se agitaban danzando al son de Dubioza Kolektiv. Iba con un mini de cerveza en la mano y me movía a través de una masa de gente que se lo pasaba en grande, gozando con la música y actuando como si estuvieran coordinados: ahora todos para un lado, ahora todos para el otro, ahora las manos en el aire, ahora todos brincando como si no hubiese un mañana. Buscaba a mis amigos y  normalmente los localizo fácil: Polu siempre está dónde esté la fiesta y el resto no andan muy lejos. Pero esta vez era imposible encontrarlos. Andaban perdidos entre las casi 18.000 personas venidas de todos los rincones, que llenaban el recinto con sus camisetas negras, camisas hawaianas, riñoneras al hombro, pantalones hippies, banderas de causas imposibles, crestas de colores, caras pintadas con lagartijas, disfraces de monjas o mariposas… en ese preciso instante la música paró y el grupo pidió a todo el mundo que se agachara, que se pusiera de cuclillas hasta que rompiera la canción. Fue imposible no sentir un punto de éxtasis y orgullo cuando el cantante gritó: “¡VAMOS VILLENAAAAAA!” y miles de almas distintas nos levantamos a la vez, saltando, bailando y disfrutando juntas. Gracias a eso encontré a mis amigos. También se me cayó entero el mini de cerveza.

Disfruté mucho del festival, faltaría más

Disfruté mucho del festival, como no podía ser de otra manera. Me crucé con muchos amigos y conocidos, eché de menos a Ana y David, escuché grupos que me gustan, descubrí otros, aprendí cosas... Amén de ver toda la fauna típica: el chaval que va recogiendo vasos por el suelo en aras de la ecología y de ganarse alguna consumición; la joven que danza poseída, bailando sola, gobernada por un ritmo interior; la familia del fondo del campo que ha ido a disfrutar del ambiente, con su mandala gigante desplegada en el suelo y su bebé en los brazos; el que se ha metido en medio de un pogo y tiene cara de no saber muy bien que hace allí; la pandilla de chicas adolescentes a las que les notas a la legua que es su primer festival; el grupi de manual que está indignadísimo porque un grupo que solo conoce él actúa en el Caparrilla a las 18:00 de la tarde; los festivaleros gourmets que han probado todos los puestos de comida y te saben decir qué menú es mejor por menos tokens; las que solo van para subir fotos y stories a Instagram; el que no hace más que quejarse del cartel de este año y luego será el primero en comprarse la entrada para la próxima edición…

Variedad y diversidad que hacen del Rabolagartija un festival plural, ameno y divertido...

Porque si algo tiene el Rabolagartija es que es una fiesta para todo el mundo. Dan igual las canciones que suelas oír en casa o lleves en tu lista de reproducción del móvil, si vas al Rabo es para escuchar música de cualquier tipo, alegrarte y pasártelo bien. Es cierto que predominan los estilos de rock, rap, ska o reggae, pero también puedes escuchar a Rozalén. Puedes pasar de SFDK a la Pegatina, de allí a la M.O.D.A, luego a Zoo y cerrar con Alademoska. Y ya me dirán ustedes en qué se parecen Boikot y Morat. Pero ahí está su secreto, en esa variedad y diversidad que hacen de él un festival plural, ameno y divertido. Para todos los gustos y públicos. Con un ambiente espectacular, familiar y buen rollista que es infinitamente gratificante poder vivir y disfrutar en tu ciudad. Sea el Rabolagartija o el Leyendas del Rock, los festivales aportan a Villena grandes beneficios a nivel cultural, económico, turístico… Espero que podamos seguir disfrutándolos muchos veranos más. Yo seguro que estaré por allí otra vez el año que viene, fiel a la cita. Aunque las resacas, emocionales y etílicas, sean peores con 30 años que con 23.

Por cierto, Ana Lucía, te pasaste un poco. Aún estoy quitándome purpurina de la barba.

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