Vida de perros

Retomando el trabajo

Han sido tantas las cosas oídas en dos semanas que aún tengo las dos fosas indigestas y atoradas. Esa caída del Barça, pasto de frustraciones, dividiendo la ciudad con silencios de guasones que bajando un sólo dedo enseñan los cuatro goles. Rijkaard hecho un señor abandonando el Nou Camp, mientras siguen reponiendo bebidas todos los pubs. Ferrero roto Nadal no abandonó sus hoteles, ni Cascales pudo más y nos dejó sin laureles. De Alonso para qué hablar si apenas tiene coche, es mejor publicitar la marca que más derroche. Mariano del otro lado mira silente al vacío, parece esperar cansado que llegue de nuevo el frío. Su equipo mira funesto como si fuera McClaren que aparezca otro piloto y subirlo a los altares. La Fernández de la Vega se arrepiente de la foto donde ella con tres mujeres parecen harén del moro. Sabemos que ella no es tonta, ni el jefe de protocolo, nos quiere meter la bola o es que nos toma por bobos.
De vueltas a la ciudad de este atrevido viaje que como toda acción osada merece estar sin esperar aprobación ni comentario, les diré queridas personas que me alegro de leer el pensamiento que hace unos números nos regaló la Avantis. Ese en el que se confesaba asombrada por el uso del símbolo “visto bueno” en las portadas de este semanal. Esa uve con el segundo palo más largo que el primero, esa uve usada para marcar un “verifica” o un “visto” que ha ido apareciendo sobre los proyectos presentados por el Partido Popular de nuestra ciudad. Esa uve en primera página que parece asegurar un buen final a cada cosa que bajo ella aparece en titular, en foto y en prosa. Te diré Rosa que aunque sin confusión de su significado en mi caso también me han resultado como poco precipitados. Al igual que el Sí al proyecto Primadomus o el actual Sí a Danone, los acontecimientos desencadenados a posteriori resultan tormentosos: bien se aplazan los proyectos que tan determinantemente se han anunciado, bien se desaceleran, bien comienzan a aparecer fuerzas que amenazan su continuidad. No entiendo entonces el secretismo con que se prepara cada acción, un silencio que se toleraría si cuando al fin fuera anunciado cada proyecto éste no diera pie a tal cantidad de réplicas. Sean ataques lanzados a flecos sueltos o a novedades difíciles de predecir, el caso es que parece que vivimos constantemente en el cuento de la lechera. Y diría que en el peor de los casos es mejor avanzar “le pese a quien le pese” que sobrevivir en una continua vida posible.

Finalmente llegan noticias del popular “chico del agua”, que tras su primera foto con empresarios y autoridades da pie a ataques y matices desde todos los frentes. Es obvio que como empresario nadie puede decir nada a Andrés Martínez, si no observen el tímido argumento con que la política se acerca a los sueldos ejecutivos. Pero otra cosa distinta es la embestida contra la persona pública, contra la personalizada representación de una masa, y ahí es donde uno y otro partido hinca sus dientes a sabiendas que la presa es lo que menos importa en la personal y peculiar guerra que el agua ha desatado. Metidos en asuntos que interesen a la raza política debemos saber que cualquiera de los golpes, consejos o estirones poco tienen que ver con nuestra causa. Y nuestra causa, si la dejamos manchar con los sangrientos dedos, como la cría que tras tocarla mano humana es rechazada por la madre, corre el riesgo de volverse cada día, y con cada nuevo movimiento, una causa para el resto demasiado extraña.

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