El cine se ha fijado en sí mismo desde sus inicios -ahí está el Buster Keaton de El moderno Sherlock Holmes, por ejemplo, para demostrarlo-, y desde entonces se ha venido mirando en el espejo de forma regular hasta legarnos grandes clásicos como El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder, Cautivos del mal de Vincente Minnelli o La noche americana de François Truffaut; además de títulos más recientes como, por citar solo algunos, Ed Wood de Tim Burton, La invención de Hugo de Martin Scorsese, The Disaster Artist de James Franco o la hermética Inland Empire de David Lynch. Películas todas ellas que, de una forma u otra, reflejan diversos aspectos de la industria del cine.
La última cinta en sumarse a este particular subgénero metafílmico es Babylon, que no es sino la aproximación de Damien Chazelle al loco Hollywood de los años veinte del siglo pasado. Para esta crónica de la época del cine mudo y el advenimiento del sonoro, y lo que ello provocó en la llamada Fábrica de los Sueños, ha reclutado a Brad Pitt y Margot Robbie -que ya coincidieron en otra película con el cine como importante trasfondo: Érase una vez en... Hollywood, la última de Tarantino-, y uniéndolos al menos conocido Diego Calva ha montado un espectáculo deslumbrante de más de tres horas de duración donde todo el mundo, delante y detrás de la pantalla, desborda talento a raudales. Por supuesto, ni que decir tiene que a Chazelle no le falta ego precisamente: aquí juega a ser Griffith, Kubrick, Scorsese y el citado Tarantino, todos a la vez. Pero no le sale nada mal, y a alguien que ha firmado seguidas Whiplash, La La Land y First Man yo se lo perdono todo. De hecho, me parece incomprensible que ni el director ni sus protagonistas hayan recibido una miserable nominación al Oscar -la cinta se ha tenido que conformar con la posibilidad de rascar algo en tres categorías técnicas, incluida la estupenda y muy jazzística banda sonora original-, mientras que esa nadería titulada Todo a la vez en todas partes arranca como favorita con once candidaturas, incluidas las de película, dirección, actriz protagonista, actor de reparto y actriz de reparto (esta última por partida doble); candidaturas en las que yo colocaría a varios de los artífices de Babylon sin dudarlo ni un instante.
Para empezar, Brad Pitt está incluso mejor aquí que en la película de Tarantino que le dio el Oscar, y mira que allí estaba soberbio. Pero es que lo de Margot Robbie es algo fuera de serie: la suya es una presencia arrolladora, en una creación que pone todo su oficio al servicio de un personaje llamado a ser recordado en tiempos venideros, y que cuenta con dos o tres secuencias de esas que convierten de forma automática a un intérprete en parte de la historia del cine y en premio seguro de la Academia (y ni siquiera la han nominado). Junto a ellos, y al margen de roles más secundarios en manos de Jovan Adepo, Li Jun Li, la veterana Jean Smart o los recuperados Lukas Haas y Tobey Maguire (este último, a la sazón coproductor del film, en un rol breve pero antológico), el descubrimiento de Diego Calva no desentona ni un ápice y se convierte, a la postre, en el verdadero protagonista del relato; hasta alcanzar una secuencia final que muchos han comparado con la de Cinema Paradiso pues también puede entenderse como una auténtica carta de amor al séptimo arte y a lo que este provoca en la platea... recurriendo esta vez no solo a Cantando bajo la lluvia (que venía a contar lo mismo pero de forma más amable y en clave de musical), sino también a una serie de fotogramas icónicos en cuya tradición se ha inscrito la propia Babylon desde el mismo momento de su estreno.
Frente a la grandilocuencia de Babylon, uno de los últimos clásicos en activo, Steven Spielberg, ha optado por un intimismo autobiográfico que entronca con otras propuestas recientes como Roma y Bardo de Alejandro González Iñárritu, Era la mano de Dios de Paolo Sorrentino, Belfast de Kenneth Branagh, Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson o la reciente Armageddon Time de James Gray. Esto es: una recreación en clave de ficción de la propia autobiografía iniciática que aunque también se ha dado en varias ocasiones anteriormente (quién no recuerda el Amarcord de Federico Fellini o las diversas crónicas, dirigidas o no por él, de Ingmar Bergman sobre sus antepasados), en el último lustro se ha convertido en una contagiosa pandemia entre muchos de los realizadores clave del cine contemporáneo (y no me pregunten por qué), y de la que tampoco se libra el cine español: pensemos en Dolor y gloria de Pedro Almodóvar, Verano 1993 de Carla Simón o Las niñas de Pilar Palomero.
Y es que Los Fabelman podría haberse titulado perfectamente Los Spielberg, pero el firmante de Tiburón prefiere no renunciar a la libertad que otorga la impostura de la ficción para contar los acontecimientos que poco más o menos le sucedieron siendo niño y adolescente y que terminaron por forjar su vocación por el cine. Para ello ha contado con Paul Dano y una excepcional Michelle Williams dando vida a sus padres, con un prometedor (y espléndido) Gabriel LaBelle interpretando a su trasunto ficcional, y con dos presencias que en las dos horas y media de duración de la cinta resultan episódicas, pero ambas verdaderamente inolvidables: el veterano Judd Hirsch cuenta con poco más de cinco minutos para encarnar a un familiar del protagonista y llevarse una merecidísima nominación como mejor actor de reparto gracias a una secuencia memorable; y un sorprendente David Lynch interpreta con una solvencia inusitada al mismísimo John Ford en una de las últimas secuencias de la cinta, recreando una anécdota real vivida por el propio Spielberg y que ya había contado en alguna que otra entrevista. Resulta impactante cómo Lynch, guiado con mano maestra por su director, se convierte en un muy creíble Ford de carne y hueso sin dejar de ser reconocible como el realizador (y también actor) de Twin Peaks.
Aunque Los Fabelman está lejos de parecerme una de las obras maestras de su realizador -por momentos se me antoja demasiado previsible en lo argumental y demasiado conservadora en lo formal-, me parecería estupendo que triunfase en la próxima entrega de los premios de la Academia de Hollywood y se materializasen varias de las siete nominaciones a las que aspira (de hecho, tras ganar el Globo de Oro al mejor film dramático y su realizador el de mejor director, se ha convertido en una de las grandes favoritas de la noche). Además, muchos creen que a Spielberg ya le va tocando repetir porque los galardones obtenidos por La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan ya quedan lejos en el tiempo para alguien de su categoría. Por mi parte, me alegraré si le dan su tercer Oscar, pero más me habría alegrado ver a Damien Chazelle o a Brad Pitt recibiendo su segunda estatuilla, o muy especialmente a Margot Robbie consiguiendo su primera (Cate Blanchett mediante). Pero no va a ser posible: como era de esperar, la Academia ha apostado por la complacencia de Spielberg y le ha dado la espalda al retrato del lado más inmoral y salvaje de Hollywood que retrata Chazelle. Por lo tanto, tendré que conformarme con ver triunfar a Los Fabelman por delante de Todo a la vez en todas partes, o bien contemplar con estupor la situación contraria. No obstante, después del sinsentido del año pasado, con Coda venciendo a El poder del perro, ya estoy curado de espantos en lo que al Hollywood de hoy se refiere... y que no es ni el que muestra Spielberg en la caligráfica pero convencional Los Fabelman ni mucho menos el que recrea Chazelle en su irregular pero cegadora Babylon.
Babylon y Los Fabelman se proyectan en cines de toda España.