Revista de verano. Las vacaciones
Las vacaciones, oh, las vacaciones. Como si gracias a un conjuro fuéramos capaces de ser sin nuestras circunstancias. Cierto que cada vez parece un poco más difícil a causa de ese apéndice rectangular del que parecemos incapaces de separarnos. Pero mi teléfono se estropeó tras los primeros pasos con los pies desnudos en la arena de la playa. Y ya saben, lo que puede ser una desgracia también puede ser una providencia. El caso es que aun arrastrando la cajita de cápsulas genéricas para mitigar ciertos dolores y pendiente como cualquiera de ciertos movimientos en la economía personal, el sol, el agua salada y la arena consiguieron situarme a unos cuantos kilómetros de mis circunstancias (también podríamos achacarlo a las sardinas, las horas de lectura o la compañía familiar que a veces tanto se echa de menos).
Las vacaciones, oh, las vacaciones. Contemplar el movimiento del planeta que en su rotación parece hacer ascender al Sol sobre la planicie salada. Sentir en el rostro la brisa marina. Percibir cómo suavemente desaparece el dolor bajo los efectos del ibuprofeno. Todo parece maravilloso en esos extraños horarios vacacionales, lejos de las fatigas y los problemas diarios, con los sentidos alejados de los medios de comunicación. Una cerveza, una sardina, un baño. Sin preguntarse cuánto tiempo seremos capaces de aguantar así. Quizás porque no da tiempo a preguntárselo. Primero una mirada furtiva a los titulares de prensa del quiosco. Después aguantar unos segundos en el informativo al cambiar de canal en el televisor. Luego una miradita al correo electrónico, a las redes sociales y al Periódico de Villena cuando entras a la red en busca de la carretera que lleva hasta una playa o del color de la bandera en esa determinada playa. Y así, todas esas circunstancias que habíamos dejado allá, vuelven paulatinamente a nuestras vidas, y se hacen fuertes, y como una de esas series tan de moda nos crean un suspense que necesitamos esclarecer.
Y así a la mañana siguiente recordando las noticias del día anterior echamos un vistazo un poco más largo solo para ver cómo progresan los acontecimientos. Y si de pronto nos encontramos con la terrible noticia sobre el cierre de playas en el Mar Menor, puerca humanidad, buscamos otros enlaces para ampliar la noticia y contrastarla, comentamos en las redes sociales nuestra indignación y cargamos con un poco de peso la mochila de la mala leche. Claro que esa misma tarde, queridas personas, puede que después de ver los horarios de la cartelera de cine, nos entretengamos mirando en las redes sociales las reacciones y los comentarios a nuestro comentario.
Vacaciones, oh, vacaciones. Pero qué narices le pasa a la gente que sale a correr, ¿no hay más sitio que las tablas del paseo marítimo para hacerlo? ¿Y por qué no hay ningún bar abierto a las siete de la mañana para tomar un café? ¿Qué pasa a las ocho, hay algún concurso de clavar sombrillas a la orilla de la playa? ¿Y por qué no suben las banderas hasta las once de la mañana? ¿Tan tarde se levantan, nadie se baña antes? ¿Hay que echar tanto cloro en la piscina? ¿No cambian nunca las tapas de este bar? ¿Otro caso de corrupción? ¿Nadie tiene cambio de cincuenta euros? ¿Tan poco ron en este mojito? ¿Ya es domingo?
Vacaciones, oh, vacaciones.