Revistas sin padre
Perdónenme, queridas personas, pero esta es mi opinión. Y viene a relacionarse con la Revista Villena, aunque uno lo escriba asá por lo del plural mayestático. Revista con cincuenta y seis números a sus espaldas, de carácter anual y editada por la Concejalía de Cultura del ayuntamiento. Una edición costosa, profusa en páginas y colaboraciones aunque se repitan año a año que descubrimos un año más huérfana como casi siempre estuvo. Hará cosa de un mes, como cuando llega el momento de la limpieza de raíz en el hogar, quienes tienen asignada la realización de la revista ven un mensaje de alarma en su agenda y se ponen manos a la obra con mejor o peor gana.
Recuerdo que hace dos o tres años disculpen la inexactitud del cálculo, pero a mi edad ya saben
los años parecen meses, y otras veces parecen días o parecen años, pues hace un tiempo la entonces concejala de cultura Virtudes Gras, tuvo el afortunado ocurrimiento de reunir en su despacho a cierto número de personas con el fin de discernir acerca del futuro de la criatura. La tal criatura, venía como sigue criándose asilvestrada, aglutinando sin discriminación apenas, sin encontrar padre o madre que la acogiera y, sobre todo, sin mayor camino ni sentido de existencia que el que otorga el presupuesto anual de la Casa Grande. Como pueden imaginar en un congreso de tales características y con semejantes interlocutores, la opinión fue variada llegando a variopinta, y las conclusiones no fueron tales, vamos, que todo quedó en agua de borrajas sea lo que sea esto, pero viniendo a decir que quedó en nada. Es decir, que el intento fue bueno, pero sólo fue intento. Y no por malos planteamientos, sino por encontrar demasiado trabajo o presupuesto, el propuesto.
Planteemos que el problema de encargarse de un proyecto sin padre estriba precisamente en que para colmo: aparecido un padre, aparecidos todos. Mientras la cosa se muere no pasa nada, pero si alguien lo evita entonces aparecen quienes lo ignoran hasta que lo ven resucitar. Tomar las riendas de un proyecto que no va a ningún sitio, que carece del interés de gran parte de la población, supone poco menos que un suicidio en cuanto al trabajo realizado. Porque, siendo sinceros, usted que lee estas líneas, dígame qué interés tiene por el producto mencionado, no me lo diga a mí, dígaselo a usted. Sería por tanto necesario, para encabezar la iniciativa, una pauta sin discusión: una carta blanca que nos permita despejar el camino para iniciarlo de nuevo. Tal vez, usted, a quien le dan la oportunidad de enderezar el proyecto, se encuentre con la indiferencia de muchos, con la oposición de unos cuantos, con falta de apoyos, con irritación ante los cambios y del trabajo añadido que suponen. No desespere, en tanto que crea que Villena necesita una revista mejor, más villenera, más participativa, más reconocida popularmente. No desespere si considera que nuestra revista debe formar parte de la vida de la ciudad dejando de ser un protocolo que se mantiene vivo sin demasiado entusiasmo, si lo cree de veras, hágase con el camino.
¿En qué queda todo esto? Pues bien, será tan sólo una opinión personal, pero aún así no evito decirla: o bien la revista Villena comienza a ser algo nuevo, o bien el presupuesto de la revista comenzamos a utilizarlo en publicaciones que tienen mayor interés (y familia). O bien diversificamos sus contenidos, buscamos un progenitor, nos entusiasmamos, o dejamos de parir un niño muerto año tras año. Pero por mi parte, seguro, será el último año que gasto en su crianza otros doce mauros.