Apaga y vámonos

Rico, rico, rico (Me cago en el orujo)

Total, que me dije: Que sí, Aure, que si los señores políticos han llegado a la conclusión de que es mejor andarse a buenas contigo por aquello de que eres un poco borde y les puedes hacer la puñeta desde este rinconcito del EPDV, ¿quién te dice que no puedes lograr lo mismo de los señores hosteleros, convertirte en crítico gastronómico y zampar gratis por los siglos de los siglos?
Y en ésas estoy. Dándole vueltas al rollo, aunque no lo tengo claro, que los señores políticos son cargos públicos y les mantenemos con nuestros impuestos, pero los hosteleros son personas que se juegan sus cuartos y una mala crítica puede hacer más daño del que uno cree. Más incluso que ese intento de arroz y pata que me tuve que dejar el otro día en-te-ri-to de lo malo que estaba. Pero claro, ¿cómo vas a decir el nombre del restaurante? Por muy malo que estuviera, por muy estafado que te sientas cuando te presentan una cuenta alucinante… ¿cómo vas a jugar así con el sueldo de un señor y su familia? Habrá que limitarse a no volver nunca a ese local hasta que no encuentre un mejor modo de denunciar ciertos abusos gastronómicos que se dan en esa Villena-ciudad-de-servicios que algunos bienintencionados quieren vendernos de un tiempo a esta parte.

Con todo, y mientras encuentro la fórmula para rajar sin que me rajen, voy a mantener la temática gastronómica de hoy. ¿Les gusta el orujo, amigos lectores? Pues sepan que servidor lo odia gracias a ciertos hosteleros y ciertas modas. Me explico: Hasta hace nada, al terminar una buena comilona en cualquier sitio decente solían ofrecerte un licor –cualquier licor– en plan digestivo. Había quien pedía orujo, otros se decantaban por licores tipo melón-manzana-etcétera, los más curtidos iban directamente al chupito de escocés mientras que los más precavidos no pasaban de la mistela… hasta que un buen día, no se sabe muy bien por qué, Villena entró en la Era del Orujo. Sin venir a cuento ni mediar explicación alguna se acabó la variedad, se acabó la posibilidad de elegir –no vale eso de “¿el señor quiere el orujo de miel o de hierbas?”, una elección tan triste como la que hacemos pa´ meter la papeleta en la urna cada cuatro años–, se acabó rematar la comida como a mí me gusta rematarla, es decir, a gusto. Menos mal que aún queda gente decente y cuando te ven poner cara de estupor enseguida te ofrecen cualquier otra cosa, pero ya me he topado yo en Villena con dos o tres sitios donde orujo o nada, que a lo primero invita la casa (como si no te lo hubieran cobrado ya con la comida) y a la alternativa no, así que o te bajas los pantalones o te levantas y te vas a tomarte la copa a alguno de los cada vez más escasos sitios donde el cliente siempre-tiene-razón.

En fin… que igual hasta les tengo que estar agradecido, ya que desde que entramos en la Era del Orujo bebo más agua que nunca, y más que voy a beber, que estoy deseando probar el agua tan buena –“podría embotellarse como agua mineral” han dicho– que ha conseguido el ayuntamiento gracias al convenio urbanístico ése para hacer no sé cuántas viviendas “baratas” (juas-juas). Tan buena está y tan rentable podría ser que no consigo entender cómo es que la empresa no la ha embotellado en lugar de ofrecerla al Muy Ilustre a cambio de más carburante para el negocio del ladrillo. Pero de eso, señora, ya hablaremos otro día…

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