Ricos y manteros
¿Cómo no voy a titular esta columna El Diván del Desencanto? ¡Si aún no he asimilado un disgusto y ya tengo que digerir otro! Apenas nada de tiempo y nos hemos desayunado que tres mil familias españolas, muy ricas y poderosas ellas, han sido detectadas por Hacienda al tener blanqueado dinero en cuentas suizas. El chivatazo vino de Francia, y la cantidad defraudada alcanza los seis mil millones de euros. No tengo más remedio que respetar, porque el capitalismo es así, la existencia de ricos y de pobres, pero jamás me morderé la lengua en denunciar tanta injusticia en los desiguales repartos de la riqueza.
Que ricos han existido siempre ya se sabe. Me parece lógico que los pobres quieran tener algún día lo que nunca poseyeron, que las clases medias deseen mejorar y que los grandes pudientes reclamen longevidad a sus privilegios. Pero jamás entenderé que los ricos quieran serlo más cuando tienen más millones que pesan, aseguran sus fortunas para varias generaciones, no podrán gastarlo todo en una vida y no les servirá en sus caras tumbas. Está claro que no creen en los cielos, por más que les amanse las conciencias la hostia bendita que toman en las iglesias tras hermosas donaciones, porque su paraíso es terrenal.
Deben saber que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que entre un rico en el reino de los cielos. Los ricos para eso están, para amasar capitales de dudosa procedencia y blindarlos pero, deberían saber, también, que tienen obligaciones con Hacienda y deberían predicar con el ejemplo. Más no, esa costumbre de las declaraciones de la renta les ofende y evaden bienes para que los pringaos de siempre nos confesemos y retratemos como Dios manda. Y lo que más me molesta de esto es que ellos sí defienden la reforma laboral.
Más me subleva todavía la actitud de la Agencia Tributaria, es decir, el Estado, que con inusual generosidad les concede un tiempo para sus declaraciones, eso sí, con el 20% de recargo por estar fuera de plazo. No quiero ni pensar si un asalariado o un autónomo intentan engañar al erario español; serían vilmente examinadas sus cuentas con lupa, multado y casi ajusticiado delante de un juez. Los titulares de estos capitales son perdonados, y sólo se les de da un cachete para que el Tesoro Público pueda recuperar 2.600 millones de los 6.000 defraudados. Ni para la Justicia ni para Hacienda somos todos iguales. ¿Por qué si no un simple mantero callejero se expone a prisión por una venta ambulante, aunque sea ilegal? ¿Por qué ochocientos euros de beneficio supone la frontera entre ir a la cárcel o ser indultado? ¿Acaso es lo mismo defraudar ochocientos que ochocientos millones de euros?
Mientras tanto el resto de españoles, la gran mayoría, seguiremos con los sueldos congelados o reducidos; seguiremos confiando los depósitos en un banco que obtiene inauditos beneficios sin regalarnos nada o en unas cajas de ahorros que se fusionan sin decirnos por qué; seguiremos pagando a Hacienda, a la Seguridad Social y también a Iberdrola para que patrocine a la selección española; seguiremos trabajando para que, cuando nos llegue el momento, nos digan que ya quebró el sistema de pensiones y que nos busquemos la vida y seguiremos tanto o más jodidos que hasta ahora para hacer dieta con el cinturón muy apretado.
Me indigna enterarme que los titulares de los fraudulentos bienes van a recurrir judicialmente porque la procedencia de la información fue ilegal. Me repulsa que no se publiquen sus nombres. Me repugna que nuestra Administración se encoja de hombros. Por eso me acordaré, siempre, de los pobres manteros, de los millonarios mal nacidos y de la estupidez de quien gobierna.