Fuego de virutas

Río Tinto

La corriente es tinta de sangre de agua devorada –dicen los científicos con sus ciencias– por unas bacterias glotonas al sol y que estudian los de la NASA por si en Marte. Que no era el deje del mineral como se creía, sino color derivado del apetito de los minúsculos seres.
Prácticamente rojo, el río Tinto recorre entre escoriales ennegrecidos y de cascos como de tortuga de lava las perforaciones y los arañazos del hombre, pozos y galerías. Rasguños del hombre que, algunos, son heridas profundas con forma de caracol excavando o ascendiendo. Que observando estos valles heridos quién sabe hacia dónde camina la humanidad. Si hacia el cielo, si hacia el suelo. Si hacia la gloria, si hacia el infierno. Seguramente, según épocas, alternando entre paraíso y averno. Entraña arañada, rasguñadas tierras buscando a uñaradas el calor del dinero. La plata, el cobre, el hierro. El oro, el oro, el oro. La Historia. La Historia... La Historia.

Un tren viejo corre paralelo al río, serpenteando como el río serpentea. Un tren viejo cruje como crujen las maderas astilladas y secas, recorriendo espacios abandonados: traviesas carcomidas, raíles oxidados, carbones amontonados, casetas de cambios, de guardagujas, locomotoras diesel, a vapor, grúas... Todo enrobinado con sensación de después de una guerra. Las jaras en flor, bellísimas, y el verdor de la primavera contrastan con la ruina de lo que fue prosperidad, ruina de las hermosuras que admiraron los futuristas como Marinetti, fascista –camisa negra de honor concedida por Mussolini– y poeta. Ruido de hierros.

El cielo, en tormenta, se hace fotocopia del suelo, negro escorial. Un relámpago enciende una tormenta atroz que apaga todos los verdes y decolora todas las flores. Fotos en blanco y negro. Intensamente llora el cielo. Desde el tren se ve un barranco que vomita agua y arena. Estrepitosamente llueve. Arcadas del cielo. Vómitos de barro en la tierra. El tren, travieso entre traviesas, recorre duro y crujiendo el camino que el río, como buen río, enseñó a los hombres de dentro: la ruta del mar. Y viceversa. Que por el mar llegaron los pueblos que remontaron la corriente hasta las entrañas de Tartessos, entrañas de los hijos de Tar en la compleja genealogía peninsular. Y dicen, lo dicen de siempre, que las entrañas por donde corre el río son entrañas de tesoros escondidos. Minas del rey Salomón. Y los hombres se hicieron topos. Arañando ciegos lo inmediato. Y precisamente desde estas tierras es desde donde alguien miró hacia el horizonte queriendo saber del sol al acostarse. Desde las desembocaduras: Guadalquivir, Tinto, Odiel, Guadiana... Desde estas tierras de marismas que no son tierra partieron, siguiendo el camino del sol al acostarse, la Pinta, la Niña y la Santa María; tres eran tres las naves de Colón que navegaron para buscar el oro de las especias, oro tropezado con otros oros de sangre.

Regresando al mineral, los humos sulfurosos quemaron el cielo y el cielo escupió azufres con olores del diablo, huevos podridos. Cuando los paisanos se quejen, será el tiempo de los tiros. Corría 1888 y... Sucederá una catástrofe de muertes disparadas. Luego, el eucalipto australiano repoblará los montes expoliados de encinas y pinos sacrificados en piras de mineral. La humanidad busca el corazón de la tierra, no su amor. Busca para llenarse los bolsillos causando heridas. Corrompiendo el calor. En el cumpleaños de la reina Victoria, el tren de Río Tinto no marchaba. En el barrio inglés de Bella Vista, como siempre que había tiempo libre, se jugaba al tennis, al cricket, al polo, al golf y al football. Las mujeres sacaban sus pamelas. How are you?

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