Sábado de investidura
Este próximo sábado será un día de esperanza para muchos, desilusión para otros, tensión repartida para todos que a nadie dejará indiferente. Saldrá ese sábado investido un nuevo alcalde o será proclamada la todavía líder del PP. Sea cual sea el veredicto final la legislatura no se prevé fácil ni para salientes ni para entrantes, y todo el escenario político en los próximos cuatro años estará pendido por finos alfileres. Quien gane tendrá que estar negociando permanentemente y quien quede fuera acechará las debilidades del nuevo equipo allá donde surjan. La expectación está servida y la batalla en los sillones consistoriales no tendrá tregua.
Celia Lledó dejó claro el mismo día de las elecciones que si no conseguía la mayoría absoluta no iba a gobernar. Pero las afirmaciones son cambiantes porque a los dos días defendía que debía gobernar la lista más votada y que un nuevo tripartito sería lo peor que podía ocurrir. Días después se forma una plataforma que reivindica en la calle, no silenciosamente sino con megafonía, la misma tesis, ignorando que las alianzas suman votos y son legítimas. Así gobernó el PP de Vicente Rodes, apoyándose en otras fuerzas. Por eso me resulta extraño que el exalcalde se manifieste en la mencionada plataforma, criticando a otros lo que él ya hizo.
Y lo más sorprendente es que ahora, con el agua al cuello y en situación angustiosa, Celia ofrece a su incondicional oposición nada menos que concejalías y parcelas de gobierno. Macanudo descaro cuando ha puesto a parir durante dos años a los entonces tránsfugas, privándoles de despacho y prohibiéndoles presentar mociones; exagerado cinismo cuando al grupo Verde y al PSOE les birló su asistencia a las Juntas de Gobierno y desorbitada falsedad tendiendo ahora la mano, pero sin dejar de acusar a los rivales de almas rencorosas, odiosas y repulsivas. ¿No es contradictorio poner a caldo al tripartito y querer pactar con él?
Todo vale para seguir mandando. Las palabras dichas se las come uno luego, las virulentas quejas se endulzan con un caramelo y los viejos azotes se curan con vaselina. Todo vale para no perder el poder, inclusive rendirse al enemigo, pactar, bendecirlo si hace falta y comprarlo si es preciso. Las presuntas presiones desde Valencia o Alicante, las mediaciones de María José García Herrero o de un conocido empresario a la cúpula de VCD para que se alíen con el PP han existido y existirán en el futuro. En cualquier ciudad de España con semejantes panoramas se intenta ofrecer el oro y el moro a quienes son considerados bisagras.
A toda costa es necesario garantizar lealtades y votos a cambio de promesas, colocaciones y sueldos asegurados. Pero si Juan Richart y Juan Carlos Pedrosa ya renunciaron a sus nóminas municipales cuando abandonaron las filas del PP, que no sus actas de concejales, deberán hacer oídos sordos a los cantos de sirenas de quienes les dieron estocadas. La frontera entre abandonarse a la tentación o apostar por la dignidad es innegociable; ceder al postor o mantenerse firme son posturas antagónicas que nunca se dan la mano. Quien se vende no es digno y la integridad nunca se subasta. Y más allá de las disuasiones es cierta la sentencia: quien vende su libertad alegrará su bolsillo, pero jamás dormirá con la conciencia tranquila, asediado por sus propios escrúpulos.
Así que, si todo transcurre con la lógica de la coherencia, tendremos un nuevo gobierno, una nueva gerencia que no podrá impedir ni la ambiciosa Celia, ni el contradictorio Vicente Rodes, ni los incondicionales palmeros del PP, porque quien carece de mayoría absoluta sufre en sus carnes la misma medicina que también ellos aplicaron. Los nuevos gobernantes no lo tendrán fácil, pero eso sí, lo primero que harán será invitar a la oposición a la Junta de Gobierno, para que estén informados sin perder detalle, y transformar la opacidad en nitidez. No poca cosa.