Septiembre movido
Como todos los meses al llegar el día uno arrancamos la hoja del mes anterior del calendario. Agosto fue el último, para dejar paso a septiembre, un mes tan encantador como el resto. Pero este año, al acudir cada día al trabajo, me topo con el dibujito de una hoja amarillenta de roble americano en mitad del calendario. Es un correcto símbolo para indicar el cambio de estación: el otoño, una estación tan encantadora como el resto. Y aún así no podría explicar el motivo de este tic que me hace mirarla una y otra vez, como si de algo importante se tratara.
Finalizadas las vacaciones para la mayoría, finalizadas las Fiestas (Matronales) Locales, después de las lluvias nos hemos encontrado con todo este perturbador asunto de los millares, decenas de millares, de personas buscando refugio en nuestra Feliz Europa. Nuestra Vieja Europa que dicen al otro lado del charco. Pero la gruesa y anciana Europa para afrontar sus problemas prefiere desplazarse por el supermercado en un carrito eléctrico sin tener que usar sus propios pies, antes que hacer uso de la serena sabiduría alcanzada por su larga experiencia. Diríamos que los pronósticos se cumplen: la vieja Europa se llena de gentes gordas, viejas y cómodamente ausentes. Pero no. Afortunadamente no es así. Porque lejos de las stock options, las inversiones a la baja, los paraísos fiscales y la telemierda, parece que esos brotes verdes que fueron apareciendo a lo largo de la última década no solo son reales sino que han crecido. Y nos encontramos con una gran parte de la población europea consciente de su lugar y de su tiempo, reivindicando una sociedad justa, un mundo justo, donde sea inconcebible dejar morir de hambre y de frío a quienes abandonan sus hogares huyendo de una muerte violenta.
Personas, suelen coincidir, tan conscientes y consecuentes que ponen su granito o su saco de arena contra una celebración tan aberrante como es el torneo de Tordesillas. Un acto que simplifica el carácter sádico y sanguinario del maltrato animal, de la supremacía de nuestra especie frente al resto de especies. Un torneo que ha sacado a la luz los odios intensos que se ocultan bajo nuestras pieles. Y es que desde todas las partes se han exhibido agresiones físicas y/o verbales que no pueden ser menos que recriminadas e incluso amonestadas. De sobra sabemos que la violencia engendra violencia, aún así no me parece un buen método defensivo (y no hablo de poner la otra mejilla) el insulto desmedido hacia la localidad vallisoletana, ni tampoco las llamadas al veto de sus productos. Una actitud que hace pagar justos por pecadores, y justas por pecadoras. Porque el fin es la abolición de esta práctica ancestral e inhumana y no castigar a una población, reconducirla en todo caso.
Necesitamos personas que busquen construir un mundo mejor donde vivir y convivir. Personas así, como las que también hay en Villena, que no sucumben ante los banales problemas del día a día, esos que arrasan nuestras vidas después de la infancia. Porque esos problemas comunes, que como todos tienen solución, pero que en ocasiones nos bloquean, no contribuyen a crear, ni a mejorar nada, sino que se agotan en sí mismos. Como el juego político que busca porcentajes de voto en lugar de proyectos a largo plazo creados con consenso, evaluados periódicamente, reformados/optimizados, en busca de un objetivo final digno de perseguir.
Necesitaríamos aspirar a constituir una sociedad mejor, a vivir mejor; pese a que el sillón, el impulso consumista y la tradición cómoda e incuestionable sean nuestro pan de cada día. Porque no hay quien no haya experimentado la armonía que nos dan nuestros actos solidarios, como tampoco hay quien no haya sentido el vergonzoso sentimiento que provoca esa moto acuática antes tan deseada y que hoy desde hace años descansa alojando polvo en el fondo de nuestro garaje.