Fuego de virutas

Servicios públicos

"En la puerta –cuenta Umbral– hay inscripciones, roturas, nombres, marcas de bolígrafo, manchas marrones, quemaduras pequeñas, crueldades, el rastro de toda la tribu defecadora que ha pasado por aquí." Así describe unos aseos públicos en "Mortal y rosa", relato de tono triste. ¿Quién puede escribir alegre cuando recientemente se ha perdido a un hijo de cinco años, a meses de cumplir los seis?

Igual que los servicios públicos se nos ocurre la ciudad, nuestras ciudades. Se nos ocurre que las calles de nuestras ciudades sean como servicios públicos donde toda la tribu defecadora deja su rastro. Ciudades/retrete donde algunos hacen inscripciones, ponen nombres, marcas de bolígrafo, manchas, quemaduras, crueldades. Y otros rompen. En el relato Umbral se plantea la posibilidad de llevarse las puertas de esos aseos como ejemplar de arte, arte popular o antropología, porque hay quien considera arte estas cosas, sociedad. Así, los grafitis o pintadas que ensucian nuestras ciudades. Aunque es verdad que entre las pintadas hay algunas que nos llaman la atención por su ingenio. O hubo algunas que nos atrajeron hace años por su literatura o agudeza. Por ejemplo aquella que veíamos por Virgen del Remedio en Alicante, camino de la Universidad, que decía: "Besar a un fumador es como lamer un cenicero". O aquella en Aranjuez que nos llamó la atención por resultar contraste entre un bello mensaje escrito con bella caligrafía frente a una descuidada ortografía: "mientras haya filosofia habra poesia, y no se bomitaran las palabras".

Pero no sé si es que, los que aun siendo niños cuando el sesenta y ocho francés, hemos mitificado las pintadas. Por aquello de la imaginación al poder, el prohibido prohibir, el riesgo de morir si no de hambre sí de aburrimiento y toda la pseudofilosofía de la movida parisina escrita en las paredes o proclamada con megáfonos, eslóganes. Pero aun así, las pintadas no son como muchos grafitis de ahora. Las pintadas eran grito. Tenían algo de filosofía, protesta y esperanza. Qué bonita aquella canción titulada "Yo te nombro, Libertad" que decía: "Escribo tu nombre / en las paredes de mi ciudad. / Tu nombre verdadero. / Tu nombre y otros nombres. / Que no nombro por temor." Esta canción, popularizada con la fuerza y con la garra de su voz aguda por Nacha Guevara, nos gusta cantada por Sanampay o por Quilapayún.

Si las pintadas eran protesta, y hasta romanticismo, muchos grafitis por mucho arte que queramos ver –y algunos son arte– son escupitajo en la pared, excremento en servicio público. Mancha. Mancha que engancha. Cuando en Alicante pillaron a Step, grafitero autor de uno de los grafitis que desde el Postiguet se veía en las defensas del Castillo de Santa Bárbara, reconoció que en cinco años había realizado más de mil grafitis y que algunas pintadas eran "una guarrada" (Información, 3.07.2010). Para eludir la multa, el joven aceptó trabajos sociales para adecentar la ciudad. Entre estas labores, la de tapar los grafitis. Que es como limpiar un servicio público. Lijar la puerta de un retrete de estación, de universidad, de instituto, de billares... Pero gigante. El retrete urbano que es la ciudad.

Nos cagamos en los perros porque cagan y mean, maldecimos contra las palomas porque cagan y mean, pero muchos grafiteros dejan mierda en las paredes pretendiéndola mierda perpetua, orín inmortal; haciéndonos creer que son como en Altamira o en Lascaux chamanes de nuestra supervivencia. Historia y memoria. Nuestras ciudades están sucias como vagones de tren abandonados. Otros vagones o autobuses en activo también transportan la excrecencia impresa en sus lomos. A mayor gloria de idiotas que ensuciando con su logo la ciudad se creen perpetuos.

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