¿Cómo están ustedes?

Sin lugar seguro

"Abro las puertas de la antigua heredad / y hallo sólo un laberinto oculto, / una larga herida sinuosa, / insondable y remota, una herida larga / en el dolor de todos, una herida / que hace madurar los caminos para borrarlos." Estos versos, versos tristes, son de José Luis Zerón Huguet. De su libro "Sin lugar seguro" (Editorial Germanía, 2013) ilustrado por José Aledo. En ocasiones hemos traído la poesía de José Luis Zerón. La última cuando recordábamos a Luis Cernuda. Entonces, por nuestro amigo poeta era el compromiso de no olvidar nunca la infancia: "Soy hombre de vigilia y no de reverencia / y nunca, sin embargo, nunca / olvidaré al otro que fui, nido / de extrañeza que llamamos infancia." Entonces era en ese poema publicado en Optiks Magazine (nº 11, invierno 2012/13, Ibi), en una edición bellísima como acostumbra esta revista de bellezas.

Pero, contra el olvido, la vuelta al pasado no siempre es satisfactoria. En este año de cultivo de la memoria, regada y abonada cándidamente para nosotros por el calor del colectivo Edad de Oro. Los 50, un Tesoro, hemos traído páginas más o menos amables, conciliándonos con lo vivido. Es más, en nuestra intervención en la conferencia sobre "Villena, años sesenta. Del campo a la fábrica", citábamos a Miguel Ángel Mellado reivindicando positivamente la nostalgia y la memoria: "Según un estudio, —decía el periodista— la nostalgia del pasado fortalece la autoestima y contribuye a trabajar mejor por un futuro más brillante. La memoria es el único y último tesoro seguro. Si no somos capaces de recordar, dijo alguien, no podremos comprender nada." (El Mundo, 17.11.2013).

Pero aquí y ahora, leyendo "Sin lugar seguro" de José Luis Zerón, que es un libro de retorno, resulta el abismo. Porque el poeta nos recuerda que regresando al pasado cabe la posibilidad de encontrarse un paisaje en ruinas. De entrada nos faltan quienes se fueron. Un paisaje de naturalezas y arquitecturas muertas. O muriéndose. Volver conlleva encontrarse con un lugar que ya no es el que vivimos. Acaso sombra. Encontrarse con "lo que ya no es nuestro". Entonces... Paisaje de ausencias. De vértigos. "Cruje el tiempo a punto de derrumbarse y salgo / al porche a celebrar la ausencia o a rendirme al vértigo." Extranjeros somos en íntima tierra cuando es rastrojo el recuerdo. Y para colmo, en la perspectiva del tiempo, preguntas impertinentes. Por un lado la de si somos lo que fuimos. Por otro, aún más impertinente, la de si somos lo que quisimos o pensamos ser. Y no hay respuestas. Ni esperanza de respuestas. Ni esperanza: "¿Adónde ir si ya conozco todas las tierras prometidas? / ¿Cuántos deseos residuales y sueños muertos conservo?"

No sé si hay un tiempo para añorar la infancia, sí para enterrarla. Quisimos crecer y corrimos queriendo ser... mayores. El tiempo la mata pero también la asesinamos precipitando nuestro crecer. Y ahora... Ahora, convertidos en hijos pródigos intentamos regresar a la niñez pero... Si ni memoria, ni nadie para recordarnos... Agobio. Y presencia de lo que ya era muerto. ¡Ay esa higuera seca! en "Miro las ramas retorcidas".

En la angustia del no recuerdo, en la soledad, el poeta, como médium, convocará a la memoria. Y el pasado es alegría y desdicha. Gil de Biedma conciliaba júbilo y tristeza en el recuerdo sintiéndolos dolor tierno. Zerón no: Alegría y desdicha. Dualidad. Esporádicamente nos alivia el poeta en la aurora. Nos deja cierto deleite. Pero insiste en su advertencia. Insiste en que respiramos y vivimos sin lugar seguro. Ni siquiera lo es el que ya vivimos. El lugar que fue. Y encima nos lo dice con mucha belleza. Belleza de poesía.

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