Vida de perros

Sin Viéndolas pasar

Pero no crean que era así, que las viera pasar digo, porque el que las ve pasar no hace ni dice nada, las ve pasar, muchas veces, para desgracia de todos; ni que fuera meramente un “observador”, porque no sólo observaba, se lo puedo atestiguar. Porque El Observador no es un tipo de oír y callar, y a poco que lo conocieran se reirían de esta expresión por la poca justicia que le hace. Que El Observador es un señor que no se sabe estar callado se puede comprobar en las cientos de miles de intervenciones que ha realizado en todos y cada uno de los foros disponibles en todas y cada una de las páginas Web referidas a Villena. Pese a todo, esta es una columna que me entristece escribir; aunque para mí no vaya a ser un adiós, lo será para muchos de ustedes. Queda de momento un vacío en esa página 18 y alguien, espero, recogerá el testigo.
Busco entre papeles su presentación en el periódico: justificaba su presencia estableciéndose el objetivo de no dejar que Aureliano tuviera la última palabra cada semana, un buen propósito sin duda. El caso es que llegó un buen día a esta casa y el señor director –con la decisión ya tomada– nos consultó (tampoco sé si a todos los columnistas o sólo a unos pocos a quien acostumbra a molestar). Una buena firma, respondía yo. Un buen modo para continuar discutiendo, y para que quienes nos prestan un poco de su atención comprueben que las opiniones contrarias no tienen porqué arrastrar maledicencias, insultos y demás marrullerías que nos enseñan algunos políticos y ciertos “periodistas”. ¿Por qué contrarias, dirán? Contrarias en cuanto a lo que cada cual pensamos que es mejor para nuestra ciudad y sus habitantes. Tampoco contrarias en todo, pero en cualquier caso contrarias para bien, siempre para bien. Porque es importante no confundir el hecho de que las opiniones contrapuestas no tienen como objetivo ganar una liga de debate, o ganar un concurso para beneficio propio. Las opiniones tienen como objeto reflexionar sobre la sociedad que habitamos, dilucidar las mejores posibilidades sobre su futuro. Que nadie se equivoque, porque quien piensa que este juego del columneo trata tan sólo del enfrentamiento en sí, es que ha aprendido bien poco de la vida del pensamiento y sufre afección por cuanto los mass media han tergiversado en pro de la audiencia.

Pero vuelvo al Observador –como quien vuelve a un tesoro perdido (para mí no, no crean, o eso creo y espero)–. Y escribo para él aunque todos ustedes me oigan: Sin conocer todavía el motivo de tu renuncia y a malas penas intuyéndolo, y con menos interés por tal motivo que por tu permanencia en el EPdV, me pregunto si “ese motivo” justifica tu partida. Si ese pensamiento tuyo en el que las personas de hoy deben construir la ciudad del mañana no te quedará marcado con esta ausencia que nos dejas. No como un estigma, quizás como una deuda. Pero no quisiera ponerte en compromiso con estas líneas que son más bien afectivas (y quiero ponerte en compromiso). Y si continuara mi discurso (y el tuyo en tu despedida) te diría que, pese que a algunos les ¿¡exaspere!? tu labor, ha sido la de un ciudadano valiente y con iniciativa.

Y llegados al final, sin ánimo de ponerme moña, pero sin poder evitarlo, te diré que voy a echar de menos, por ejemplo, aquella discusión entre columnas que sabíamos que inevitablemente tendría que llegar. Tendremos que discutir en el césped (comentario privado) o en todos esos foros por los que tanto has hecho.

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