Vida de perros

Sociología de la cebra hispánica

Tiene problemas Villena que no vienen de hipotecas ni de pactos, más de cantos de sirena, de no cortar la coleta sin recato. Entre tanto papeleo, cuentas, proyectos, piscinas
y otras greñas, la ciudad va al pitorreo del árbol que bien se arrima da más leña. Pero pensando en las flores recibidas y anotadas por varones, el ojo en los proveedores no asimila que hay erratas a montones. Servidumbres de contratos imponen su propio tiempo al reloj, dejan faltas a capazos para el buen funcionamiento con razón. Mientras miran hacia arriba resolviendo los problemas de grosor, volvemos a nuestra vida suplicando una certera solución.

Pese a no ser considerada una raza autóctona en nuestras tierras, la cebra, por uso y presencia, resulta de entre la extensa lista de vertebrados una de las especies más conocidas y citadas en nuestro pequeño país. Dejando a un lado la obvia similitud del ente aludido respecto a la fisonomía de nuestros burros y caballos; descartando la buena acogida que el actual equipo de gobierno ofrecería a la denominación femenina del grupo de ejemplares; observamos que la influencia del animal en nuestro entorno reside en el uso de su monocromático dibujo.

Y aunque los grupos de música pop de hace unas décadas comenzaron a vestir camisetas listadas con franjas blancas y negras, el dibujo del mamífero también recuerda otras cosas, ya sea dispuesto horizontal o verticalmente: al vestuario de los presos, a las franjas y las puertas de garaje donde no se permite aparcar, a los sospechosos y enigmáticos códigos de barras… Al animal se le cita incluso en el mundo cinematográfico: cuando en un rodaje se alerta sobre un objeto o prenda que “hace cebra”, el equipo de producción se dispone a corregirlo. También existen aspectos positivos al respecto, como la asociación Zebra de Alicante, que reúne a cantautores y as de la provincia. Pero ante todo e irremisiblemente la cita de tal animal remite a los pasos de cebra conocidos en cada casa. De su presencia en Villena ya nos habló el Observador en una de las últimas columnas suyas que leí. Él, dado al barrido hacia el propio portal, alertó sobre el peligro que entrañaba la disposición de ciertos pasos sitos en la Calle de la Virgen e inmediaciones. Yo, más populachero quizás, más obvio y relevante, en colaboración con la campaña Puntos Negros lanzada por el partido gobernante, voy a limitarme a citar lo que considero urgente y apremiante.

Cito la ubicación de un par –por el momento– de pasos de peatones para reivindicar la inconsciencia, la despreocupación y “el cuajo” que se tuvieron –por hacer– y se tiene –por mantener– los pasos peatonales dibujados al inicio de las calles Luis García y José María Soler. Pasos de cebra que obligan a los vehículos a detenerse en el centro de la principal vía de nuestra ciudad. El asunto tiene miga, más para quien éticamente cree y defiende que la calle es para las personas, puesto que al ceder el paso se interrumpe el tránsito en todo el cruce. La incongruencia es tan obvia que por norma general los viandantes al observar la situación ceden con un gesto el paso a los vehículos.

Sé que pese a la grotesca y longeva pantomima que diariamente se desarrolla en los cruces citados, no se llega ni a la altura del talón si nos remitimos al paso de la calle Juan XXIII, donde tras cruzarlo carros, carritos o sillas de ruedas se encuentran con una valla que bordear paralela al margen de la carretera que se extiende a lo largo de diez metros hasta permitir cruzar otra vía que lleva –por fin– a la acera.

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