Tanta estabilidad desestabiliza
El ser humano es, por lo general, conservador, miedoso y reacio a las aventuras. Resulta un tabú el tema de la muerte, nos da pánico la enfermedad con su dolor y preferimos que el orden establecido de las cosas no se altere mucho para que las condiciones vigentes no se nos pongan en contra. Tanto es así que esa frase tan típica y nuestra Virgencita, déjame como estoy es evocada en multitud de ocasiones con el propósito de que el entorno que nos rodea no cambie a peor.
Este instinto de supervivencia es, miren por dónde, el principal caldo de cultivo de los grandes partidos políticos y del que se nutren para sobrevivir ellos mismos. ¡Cuántas veces apelan al voto útil, al voto seguro, al voto que otorga tranquilidad! Por eso, llegado el caso de unas elecciones, ni el PP se presenta como partido de derechas ni el PSOE lo hace como partido de izquierdas. Centro derecha y centro izquierda, centro al fin y al cabo. Prometen así una estabilidad, una alternancia segura y con plenas garantías donde las cosas poco o nada van a cambiar. Invocan entonces a la continuidad, a la fidelidad de unas reglas del juego que les perpetúan.
Por eso no están interesados en cambiar la Ley Electoral que tanto les beneficia y se aferran a lo convencional, a lo tradicional, aunque esté podrido y huela mal. Por eso el Partido Socialista se pliega en torno a la institución monárquica apoyando la saga borbónica; por eso se agarra, como un clavo ardiendo, a esa lealtad compartida con otras fuerzas en 1978, como si treinta y nueve años no hubiesen cambiado a la sociedad, la ciudadanía no hubiese alcanzado su mayoría de edad y no estuviese preparada para un cambio más estructural y menos continuista.
Por eso ese centro derecha y ese centro izquierda han gobernado Europa desde el nacimiento de la UE, alardeando de estabilidad como bandera propagandística, mientras han sido incapaces de detectar una crisis absolutamente intencionada, de frenarla y de recomponer unos cimientos desde la cultura de los pueblos, no desde los caprichos de unos imperialistas mercados financieros. Así hemos llegado, con tan insana estabilidad, a veintiocho millones de parados en el continente, instituciones políticas y judiciales salpicadas por la corrupción, un BCE que con el dinero público de los países miembros financia a entidades privadas antes que a sus socios en problemas, unos paraísos fiscales europeos que se enriquecen con capitales ilegales, un Estado de Bienestar en bancarrota, un libre comercio insensato que castiga a los productos nacionales y el amparo de unas puertas giratorias insultantes y para nada ejemplarizantes.
En pro de esa estabilidad los países europeos, excepto Alemania, que parte el pastel y se queda el trozo más grande, y el Reino Unido, que vive mejor sin el euro, se han visto en un pis-pas empobrecidos, endeudados, con menos recursos y pendientes de unas reformas laborales que decretan los gobiernos pero que se diseñan en grandes despachos particulares y, si me apuran, hasta en negociados no europeos. Esa es la presunta estabilidad desmontada por los hechos objetivos, que demuestran que no es tal, que es falsa. Ningún sistema que garantice estabilidad puede presumir de tantas contradicciones y desigualdades, de tanta protección a unos negocios y tanto desamparo a una ciudadanía. Ninguna estabilidad tan pregonada puede generar tanta indignación y descontento.
Por todo lo expuesto aún no sé por qué se escandalizan los unos y los otros, aquellos que defienden tanta estabilidad, cuando unos elegidos democráticamente en las urnas juran o prometen por imperativo legal su cargo o representatividad. Para cambiar los estatutos del club, llámese Constitución, hay que inscribirse en el club. Para cambiar las reglas del juego, esa estabilidad que tanto desestabiliza, hay que modificarlas desde dentro, porque es imposible desde fuera. Para hacer una nueva política hay que hacer política, no sólo la discusión en la calle. Para construir una Europa que mire a sus pueblos, los proteja, los mime y plante cara a quienes quieren esclavizarlos, se necesitan políticos valientes, honrados, que no tengan miedo a los cambios y que, desde el imperativo legal, modifiquen la legalidad.
Porque tanta estabilidad me aburre. Se me empalaga porque los que se aferran a ella, en busca del voto miedoso, mienten. Inventan miedos para que la gente no se salga del rebaño y les dé su confianza. Fingen fragilidad cuando alguien les dice las verdades y amenazan con desvelarlas. Fantasean y especulan con las fuerzas emergentes que les quieren cambiar el discurso. Apelan al voto útil para frenar el miedo. Y no. No son las cosas así.
Yo, como muchos, no quiero poner a Europa o España boca abajo. Quiero enderezarlas y ponerlas boca arriba y con la única bandera del sentido común. Pero claro, lo que resulta del todo incompatible es la reivindicación de la dignidad para la mayoría y el mantenimiento de privilegios para unos pocos. Esa es la cuestión.