El Volapié

Timocracia

Quiero hablarles en esta primera columna de marzo sobre la verdad de la vida, sobre lo importante que es la honestidad y que las expresiones más crueles son las dichas en silencio. No se preocupen, porque esto era sólo un desvarío y cambiaré de tercio, aunque no obstante mucho me temo que este artículo será de los que no pasan de quince visitas.
Somos unos cuantos los que lo estamos pasando pipa con esta puñetera e interminable crisis. La imaginación corre que vuela, todo el esfuerzo se traduce en fórmulas para ir capeando la situación, rascando de donde se puede y tratando de que en casa continúe sin faltar de nada.

¿Quieren que les diga por qué ser humano –extraordinario– me cambiaría en este momento? La verdad es que no estaría nada mal verme anunciado para la Feria de Fallas, Sevilla y San Isidro en corridas de Adolfo Martín, Miura y Dolores Aguirre, respectivamente. Unas buenas actuaciones en estas plazas me proporcionarían la Gloria y un montón de pasta. Pero en estos días lo que yo querría ser es el antiguo socio del Duque Urdangarín. Yo quiero ser Diego Torres para ser declarado culpable de toda culpabilidad, pasar una temporadita al lujo de la sombra y vivir el resto de la vida a cargo de la proeza.

Desde la cúspide de la pirámide nos toman por tontos con toda la razón y como además esto es una democracia, debemos cuidar con no ir en su contra porque en tal caso nos convertimos en unos perniciosos antisistema. Los poderes Ejecutivo y Legislativo interfieren en los altos nombramientos del Poder Judicial, y el primero dicta a la Fiscalía General del Estado.

Los políticos mienten a destajo, se jactan de ello y el electorado lo asume sin inmutarse. Ahora, además, nos exigen medidas de estrechez y recortes que no hacen extensivas a ellos mismos, y lo vamos acatando confundiéndolo con la normalidad e incluso con la sensación de que es lo que nos merecemos. Como cuando una pobre mujer es apaleada por su cónyuge y encima llega al convencimiento de que algo la ha hecho merecedora de las palizas.

Todavía no ha sucedido en España –pero podría, como en Italia– que desde las órbitas bancarias nos obligasen a cambiar el gobierno sin pasar por las urnas. Ahora bien, como el gobierno impuesto irá sin uniforme, será considerado democrático sin mácula y no se le podrá acusar de golpista.

Los jóvenes –estudiantes o maseros, que da lo mismo el sector– protestan porque que vivimos en un régimen de libertades en el que se puede protestar, y se llevan todo el peso de las actuaciones policiales además del pitorreo de los que niegan la evidencia.

Si alguna vez me juzgan en España siendo inocente, espero que lo haga un juez de la mejor carrera. Sin embargo, si me juzgan siendo culpable preferiría confiar en la ratio democrática de un buen Jurado Popular.

Me declaro contrario a esta democracia porque es muy mejorable y porque se ha convertido en un timo. ¡Viva España!

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