Tirando del hilo de las mamandurrias
Es normal que como protagonistas de nuestra propia época sintamos la presión de esa enorme masa negra que aparece a nuestro frente y que llamamos futuro. No digo ya si a esta visión quisiéramos sumar las especulaciones sobre la Posteridad. La Posteridad, esas personas que nos miran desde siglos tan avanzados que no podemos ni vislumbrar. La Posteridad, esa idea con la que el PP en oposición amenazaba a Zapatero: en siglos venideros, cuando hablen de usted hablarán de
. Demasiado lejos la Posteridad. Y demasiados puntos tienen tanto de un lado como de otro como para andar amenazando con una mala huella en el sendero del tiempo. Estimo más oportuno vivir el día a día sin avergonzarnos de lo que se opine sobre nuestra sociedad cuando ya no exista. A fin de cuentas siempre se habla mal de quien no está delante.
Prefiero centrarme en la solicitud de ayuda que Esperanza Aguirre nos demanda: para acabar con subsidios, subvenciones y mamandurrias (obviamente todo lo que va desde el punto donde ella está hacia abajo, donde seguimos el resto). Y en ese proceso de recorte me encuentro con los temores que el mundo de la cultura manifiesta respecto al brutal aumento impositivo en sus negocios. Pero después de escuchar a la lideresa encuentro la nueva tasa de IVA a la cultura como un mal menor. Una piedrecilla en un zapato en relación a lo que Esperanza nos ha insinuado (y no suele fallar, salvo en las formas). Y si nos centramos únicamente en lo referente al terreno cultural, que ella conoce bastante bien por su etapa como Ministra de Cultura magistralmente resumida en El rincón de Espe, la solicitud de la Presidenta madrileña nos emplaza en esta ocasión a enfrentarnos contra los activos culturales y artísticos de nuestro país. Como sumando la culpabilidad de este sector al del funcionariado (¿a quién le tocará después?).
Pero si tiramos del hilo en el tema cultural, si hurgamos en los presupuestos, en las subvenciones y en las mamandurrias, no tardaremos mucho en toparnos con el verdadero tumor de nuestro país: colocaciones a dedo a lo largo, ancho y alto, de todas las instituciones culturales, que nunca ha merecido la pena ocultar puesto que se daban tras el despido inmediato de quien hubiera sido colocado por el gobierno anterior. Encontraremos también asombrosas cifras dedicadas a construir utopías, caprichos de ayuntamientos, diputaciones o autonomías: el museo del aceite, el museo de San Fermín, y decenas de espacios de arte contemporáneo que en el mejor de los casos no han llegado más allá de su inauguración. Eso sí que es vergonzoso. Gastar por gastar, propagandísticamente. Y ahí debimos castigar, debemos si estamos a tiempo. Investigar el despilfarro en lugar de invitar a morder a quienes sí trabajan cada día para generar arte y cultura.