Cultura

Todos dijimos…

Más triste que un torero al otro lado del telón de acero… No pueden imaginar mi desánimo tras el segundo tanto del equipo francés… España se rompía como en los discursos más tristes y ridículos del Partido Popular… España se hundía como tras la batalla de Trafalgar… Los Reyes Magos eran los padres… Curro Jiménez no existía: Nuestra mujer se marchaba con nuestro mejor amigo… Nuestro hijo no nos quería: Obteníamos otro miserable puesto en el ranking mundial… Como si la justicia divina no existiera… Como si nada, nunca, fuera para nosotros… Hizo falta algo de la magia que se derrochó en las jornadas del Castillo –pese al calor del montaje ¿…?–.
Pero la vida sigue, me dicen. La vaga sospecha de la victoria española estaba determinada por algún profeta cruel, me dicen. Y fue entonces cuando yo me mostré todavía más cruel. Contra las monteras, las peinetas, las pelucas, las caras pintadas, la pandereta española en su máximo exponente. Y miré entonces la algarada villenense. Y me dije: serás cruel; y me dije: seré cruel, nos lo merecemos. Y me apené de que ya no fuera necesario el retraso en la presentación de la regidora. Y me apené de que no lloviera durante las fiestas de cada pueblo español. Pero me equivocaba. Pero me daba igual. En esta ciudad de Dios nunca se ha valorado en gran medida nada. En realidad nadie es consciente de todo lo que ocurre. Todos somos buenos para opinar, pero ninguno acierta en su discurso solipsista de barra y cerveza. Nadie en realidad hace nada. Nadie hace más que en esa fiesta de la que muchos aborrecemos. Pero hacen.

Valga esta perorata poco más que como discurso incierto de un desanimado. Aunque el desánimo vale por la aprobación de la propuesta de x –da igual quienes sean– arquitectos para la realización del futuro Centro Joven y Hotel de Asociaciones, cuando bien se sabe que los arquitectos sólo se dedican a la parte física y todavía no conocemos los órganos –como en las personas: hígado, riñones, pulmones…– que regirán tal “cuerpo”. Pero la preocupación viene a ser, y así se explicita, la reconstrucción del orejón que ninguno de los vivos –creo– hemos visto. Y ya puestos en el tono dejado en el que inscribo estas letras, les diría: “¿Y a quién le importa el orejón de las narices, si lo que importa es la funcionalidad de dicho edificio?” Pero no. Qué se creen. En este pueblo nos importa más que la plaza de toros no pierda la fachada, o que el impropio –perdonen la sinceridad– Hotel de Asociaciones y lo Otro, recuperen a un Orejón del que nos sentimos ¿orgullosos? Todo ello antes que su eficiencia. Pues nada: en Villena es que somos así.

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