Total para nada
Cuando mi abuelo volvió de nuestra despreciable guerra retomó la labor que había dejado interrumpida: trabajar las tierras de su familia. Pensó que debía sacarles partido, ampliarlas, porque la tierra daba productos que podía consumir, vender o cambiar; y sus hijos podrían trabajar en ellas, y entre todos podrían hacer prosperar a sus familias. Además, así sus hijos tendrían trabajo y tendrían propiedades cuando él faltase. Y trabajaron la tierra que era lo único que tenían y vivieron. Pero nuestros padres, trabajando de sol a sol hasta bien entrada la noche, vieron que la prosperidad estaba en otro sitio. Vieron cómo otros estudiaban, porque podían permitírselo, y que conseguían buenos puestos de trabajo con notables sueldos. El país cambiaba y muchos, pese a no haber estudiado, reunieron la valentía para emprender nuevos negocios.
Así, cuando tuvieron hijos, hicieron todo lo posible para procurarles la mejor educación posible. Reunieron el capital necesario para que pudiéramos estudiar: tener una carrera era el fin deseable. Pero mientras estudiábamos vimos cómo quienes se habían dedicado a un oficio recibían sueldos monumentales: la construcción estaba en marcha. De modo que aunque una parte de quienes nos licenciamos consiguieron un puesto laboral adecuado a sus estudios, la gratificación económica no llegaba a la altura de aquellos puestos mínimamente cualificados que daban sin embargo para comprar pisos y vehículos de alta gama. Hasta que de pronto, como siempre, nuestro país cambió. Todo se fue al garete. A todos, como en una gran estafa, nos arrastró la corriente. Los currículos, fuera cual fuera su cualificación, no servían para nada.
Y de pronto ahora, cuando pensamos en nuestros hijos e hijas, solo atisbamos puertas cerradas: no solo es que no encontremos el más mínimo indicio de salidas laborales, sino que además la voluntad de nuestro Gobierno está acabando con las expectativas académicas de estas nuevas generaciones. Encerrados en cuatro paredes. Porque ante la falta puestos de trabajo, cabe apostar por la capacitación académica para que una nueva generación pueda encontrar salidas. Pero la apuesta de nuestro Ministro de Educación parece encaminarse hacia la exclusividad en forma de excesivas tasas de estudios que solo conduce a la mano de obra barata. Allí donde llevan la falta de instrucción y la precariedad económica. Pero aún así diríamos: mano de obra barata ¿dónde? Eso se preguntará buena parte de esas cinco millones de personas desempleadas. ¿Dónde hay trabajo, cualquier trabajo? Porque de momento las medidas tomadas por el Gobierno para paliar el desempleo solo se han materializado en despidos y en reducciones de sueldos.
El señor Wert, dueño de un Ministerio cuyas salidas de tono pueden parecer una continua cortina de humo, está sembrando sal en nuestros campos. En una España como la actual se dedica a escupir en el Congreso medidas que decapitan nuestro sistema educativo. Total para nada. Para dejarnos unas tierras sin capacidad para sementar y con imposibilidad de crecimiento en el futuro.