Cultura

Tradiciones pascueras

Digamos que es un decir que en cuanto a costumbres pascueras, en el presente 2009 tan sólo he consumado un par de tradiciones de la tierra. No diré que así ya he cumplido, ni que así lo he hecho bien o que he aportado mi granito de arena a la continuación de la historia, ni siquiera podría decir sin sonrojarme que el par de visitas a la tradición pascuera villenera han sido sinceras y/o voluntariosas. Y es que ya se sabe que “tanto ir el cántaro a la fuente… al final va solo”, y esa es la cosa en sí, que uno arrastra largos años de infancia yendo a la fuente y al final el alma de cántaro tímidamente le arrastra a la fuente.
Así el primer momento elegido tuvo lugar la noche del Jueves Santo, cuando decidí asistir a la procesión. El evento se desarrolla con el desfile en procesión de una serie de pasos acompañados por sus respectivas cofradías. Los pasos abandonan la Iglesia de Santiago para luego, después de un trayecto, volver a la iglesia. Y allí, en la Plaza de Santiago, Salvador y yo presenciamos primero la salida y luego la llegada de cada uno de los pasos. Diré que la impresión que tuvimos del acto fue positiva, aunque lamentamos que en aquel emplazamiento hubiera una notable ausencia de personal. Quizás, por dar una pincelada crítica al asunto, señalaría el problema que presenta la inclinación de la rampa de acceso a Santiago… pero mejor que conmigo, si quieren discutir sobre los grados óptimos que debe tener una rampa, deberían hablar con AMIF por ejemplo, allí sabrán los problemas que algunas inclinaciones suponen los trescientos y tantos días del año.

El siguiente momento elegido para mi segunda aventura pascuera fue el Domingo de Pascua. Quienes de ustedes hayan leído las páginas de la “Gente de Valdés” sabrán que salvadas las Cruces, nada queda de las desbandadas al Grec (Las Fuentes) o a Bulilla. Aquellas aglomeraciones que yo viví en los años setenta y ochenta en comparación con la asistencia actual sería como comparar la vida de Paris Hilton con la del pez naranja de una pecera redonda. En Bulilla estuve yo por accidente. Volvía del Plano sajeño, aquello sí salpicado de mesas con sus toñas y de niños y niñas con balones y demás juguetes. Y mientras El Plano se presentaba como un espacio concienzudamente preparado para el esparcimiento, Bulilla no sólo continuaba agreste como en mis recuerdos, sino encorsetado y desapacible. Bulilla hoy, como imagino que Las Fuentes ahora, son espacios de la tradición abandonados no sólo por la modernización de las costumbres villeneras, sino también por la dejadez y el desinterés (o intereses) por esos espacios.

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