Opinión

Truco o trasto

Muchas son las palabras propias del lenguaje villenero que me cautivaron desde niño. Recuerdo que en una ocasión asistí, durante una conferencia sobre “Etimología popular e intertextualidad en los quioscos de Villena”, a la explicación del origen de la palabra “trasto”. Me estoy refiriendo a esa golosina alargada de color rojo (trasto rojo) o negro (trasto negro) que puede comerse sola o mezclada con magnesia. Me sorprendió escuchar que el origen de la palabra trasto proviene de extracto de regaliz, y que mediante una especie de metaplasmo o aféresis, la palabra extracto de regaliz se contrajo hasta quedar reducida simplemente a trasto: [extracto de regaliz > extracto > trasto].
Este juego de transformaciones lingüísticas o variantes gramaticales asociadas a la funcionalidad del lenguaje me llevó a la conclusión de que resulta mucho más fácil acercarse al Kiosco Chino y decir: “Manolo, dame un trasto negro” que “Manolo, haz el favor, cóbrate una barrita de extracto de regaliz de color negro con éste billete de quinientos euros, y así me das cambio para sacar el carro del Mercadona”.

Sobre este ejemplo edifiqué la teoría de lo práctico y eficaz que resulta simplificar y allanar las formas de comunicación verbal al máximo, para poder ser entendido y escuchado por los demás de una manera rápida y precisa. De este modo, llegué a la conclusión de que en Villena es preferible decir “Lleva cuidao palomica no te aporrees” que “Mariano, lleva cuidado con el martillo no te vayas a golpear en un dedo y nos tengamos que ir al ambulatorio de carreras”, o “Voy a pegar una cabezaica” que “Voy a ver si duermo un rato la siesta, que me está entrando un sueño después de las pelotas y el cocido…”, o “Anoche nos enfarinamos y se nos hizo la mané” que “Ayer fuimos a la comparsa a jugar al truque y acabamos en el Platinum”, o “Me has tirao una perdigonᔠque “No te acerques tanto, ya que al hablar ha salido expelida de tu boca una pequeña rociada de saliva que me ha dado en toda la mejilla”, o “Chacho, que me vas a dejar el solaje” que “Te acabas de beber casi setenta centilitros de ponche de un solo trago”, o “Eres un buzo” que “No sé si te habrás dado cuenta, pero la paella era para doce”, o “Mi marido es un andolero” que “Mi marido acaba todos los viernes cantando en el Chapa”, o “Anoche me tomé un vinico, un carajillico y unos cubaticas” que “Anoche me bebí dos botellas de Crianza del Vinalopó cenando, un café y tres copas de coñac en el Pianillo y quince cubalibres de Larios con coca-cola en la Época”, o “Dame la zafa que boso” que “Acércame la palangana que me está entrando una angustia para morirme”, o “Habla a bonico” que “Deja los churros en la cocina y no grites que son las ocho de la mañana y no quiero que mi mujer se despierte y me vea llegar a rastras vestido de mejicano, porque le dije anoche que me iba a la Residencia a quedarme con una tía de mi padre que estaba allí ingresada”…

Todos estos descubrimientos me hicieron ver que Villena no debía tratar de universalizarse y darse a conocer al mundo únicamente a través de sus Fiestas de Moros y Cristianos, ya que existían gran cantidad de aspectos propios y únicos, como el lenguaje o la gastronomía, que nos diferenciaban del resto del planeta y que nos convertían en un pueblo singular y diferente. Por todo ello, recuerdo que durante un tiempo mis intenciones fueron las de implantar en Villena una nueva forma de celebrar la noche de Todos los Santos. Yo quería ser autóctono a toda costa, como el País Vasco y Cataluña, y alejarme de las muchas costumbres y productos importados de Estados Unidos. Productos como las hamburguesas, que son como los montaditos pero en redondo; la coca-cola, que es como el kalimocho pero sin vino; o el aguachirle, que es como el café pero con mucho agua; y costumbres como los ataques y las invasiones a ciertos países árabes, que son como las Embajadas pero con muertos de verdad; o las matanzas en los institutos, que son como los encierros de los San Fermines pero protagonizados por jóvenes desequilibrados que tienen en su casa, al alcance de la mano, toda clase de armas y municiones…

Y es que, como debe ser sabido, una de las costumbres más arraigadas entre los niños norteamericanos durante la noche de Halloween es la de disfrazarse de esqueletos, zombies, vampiros, momias, fantasmas o brujas, cuanto más terrorífica y esperpénticamente mejor, y recorrer las casas del barrio con sus calabazas huecas en busca de algún vecino que les abra la puerta. Cuando el inocente visitado abre la puerta, los niños lanzan el grito unánime de: “trick or treta”, lo que en castellano significa “Truco o trato”. La tradición exige que el inquilino de la casa ceda al chantaje escogiendo “trato”, con lo que habrá de regalar a los niños todo tipo de dulces y golosinas para no tener que exponerse a las consecuencias del temible “truco”.

Es aquí donde propuse transformar y adaptar esta tradición, tan típicamente americana, a la nuestra. De este modo, las calabazas pasarían a ser sustituidas por farolas como las del día de la Retreta. Una vez en la puerta los niños dirían “truco o trasto”. En caso de escoger “truco”, los niños responderían “retruco” y golpearían al vecino con una cachiporra en la cabeza, simbolizando el gran valor que el as de bastos tiene en nuestra cultura. En caso de escoger “trasto”, el sorprendido vecino tendría que entregar a los niños al menos una docena de trastos rojos y otra de negros, y llevárselos a Elda a ver una película, porque ¿acaso ha existido o existirá mayor placer que el de comerse una bolsa de trastos viendo una sesión doble en el Cervantes, o en el Avenida, o en el Imperial, o en el Chapí, o en el cine de los Príncipes o en el de los Salesianos…?

P.D.: Ojalá al menos El Crematorio estuviera abierto…

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